martes, 2 de enero de 2018

EPISODIOS SURREALISTAS

Solo circunstancias personales, respetables, al borde del desespero, aunque no asumibles desde que transgreden el sentido común y la ética en la esfera pública, pudieron inducir al alcalde de Firgas, Manuel Báez (CC), a cometer el absurdo de suplantar a su hijo en una prueba de oposición a funcionarios de la Comunidad Autónoma.

El episodio revela que el surrealismo en la política canaria es inagotable. Si alguien creía haberlo visto todo, ya habrá comprobado que no es así, que cualquier cosa es posible. Aquí, a la espera de algunas determinaciones que adopten los tribunales, no solo los administrativos sino también los judiciales, ya tenemos a Báez dimitido, esgrimiendo el argumento del arrepentimiento espntáneo, y a un municipio pendiente de la elección de un nuevo regidor, aunque el estigma, social y políticamente, no se borrará en mucho tiempo. Lo dicho: la concurrencia de circunstancias personales ayudaría a comprender, que no a justificar, el dislate.

No fue el único episodio llamativo en los días finales de 2017. El nuevo director general de Industria y Energía, Justo Artiles, se ausentó, hasta el próximo 5 de enero, un día después de haber tomado posesión, el 29 de diciembre. Trámites burocráticos “para dar validez legal a su firma administrativa” son las razones argumentadas desde el propio departamento del que depende el alto cargo, la consejería de Economía, Industria, Comercio y Conocimiento. Ya se verá si en sede parlamentaria se registran otras explicaciones.

En cualquier caso, seamos conscientes de que estos hechos, con o sin trapisondas, poco favorecen a la política en general y a quienes se dedican a ella. Al contrario, contribuyen a que la sensación de rechazo y desafección siga aumentando. Eso de que todo se puede hacer cuando se está en el poder, además de igualar (injustamente), va generando un descrédito considerable hasta llegar a la rechifla.

Los partidos políticos no solo deberían ser más conscientes del alcance de estas cosas sino más exigentes con sus cargos públicos. Si no, ellos mismos convierten los principios y los códigos éticos en zarandajas. Y esa envoltura de desprestigio seguiría creciendo. Lastimosamente. La política, a estas alturas, ya es algo más que un ejercicio entusiasta y voluntarista. Y aunque en Canarias esté preñada de surrealismo, hay que evitar situaciones como las comentadas.

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