sábado, 8 de julio de 2017

POLÉMICAS TERRENALES

Anda una parte de la ciudadanía portuense bastante desconcertada por mor de una polémica centrada en diferencias entre cofradías religiosas a cuenta de las actividades de las Fiestas de Julio. Las diferencias, con los debidos respetos, parecen obedecer a nimiedades trufadas de empeños y orgullos, a celos o intolerancias, no a cuestiones de fondo poderosas y trascendentales, capaces de alterar una estructura o una determinación tradicional; por tanto, nada que no parezca susceptible de arreglo a poco que haya voluntad y diálogo. Por consiguiente, ni merece entrar en esas discrepancias, dignas, desde luego, de mejor empeño. Que se entiendan las partes, de verdad, pues en esta vida terrenal todo tiene solución. Y que no hagan de la controversia un espectáculo deprimente de campanario y derivados.

Porque lo peor, desde luego, es la instrumentalización del hecho religioso. Eso sí que es grave. Y llevamos un tiempo preocupante en el que no solo quiere tener razón quien más difame, ofenda e insulte sino que invocar divinidades o santidades con tanta alegría y con tanta superficialidad resulta tan simple y sin costes añadidos, que ello se inscribe en el marco de un comportamiento más propio del surrealismo y del esperpento.

Las creencias religiosas son tan íntimas, tan personales, tan propias que merecen, por sí solas, un respeto. Pero no: hay que alardear, poco menos que presumir, para dar lugar a postureos y expresiones inconvenientes, por muy de buena fe con que se quiera defender algunas posiciones. A ver quién descalifica más, a medir el grosor de los infundios y de la tendenciosidad. Ese es el daño que se causa, el que lastima conciencias y el que merma el fervor, nos parece.

La cristiandad es otra cosa, se cultiva de otra manera. Más tolerancia y respeto, menos egoísmo e insolidaridad. Soluciones de consuno donde hay contraposiciones que las partes hacen insalvables. No se debe -entendemos- hablar ni obrar en nombre de quienes predicaron o enseñaron justamente lo contrario. Esa es la instrumentalización, el desvirtuamiento de significados o simbolismos por una foto, por un logro efímero, por una imposición o por un capricho. Eso viene ocurriendo con fines espurios, en medio de celebraciones, oficios y procesiones, incluso las de intramuros. Malos los afanes de acaparamiento, el principio de sostenella y no enmendalla, el radicalismo, el fanatismo, la incomprensión...

La cúpula eclesiástica no debe ser insensible a estos fenómenos, que pueden ir a más, hasta hacerse incontrolables. Es lo peligroso. Está bien la permisividad pero no captar fieles por la vía facilona y anárquica, pan para hoy y hambre para mañana, nunca mejor empleado. Por eso, sería positivo enseñar al que no sabe, si nos permiten la expresión, esto es, hacer pedagogía, formar, prevenir, distinguir, recomendar y fijar las reglas, hasta dónde se puede llegar para luego hacer valer la auctoritas, que, en estos caso, solo unos pocos cuestionan.

Nadie está pidiendo que cargos públicos renuncien a credos ni a opciones de participación en sus derivados. Lo que se discute es el aprovechamiento, la manipulación, el exhibicionismo, el apego y la invocación para desnaturalizar factores. A estas alturas del Estado aconfesional, esas cosas deberían estar claras pero parece que el panorama es cada vez más complicado.

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