miércoles, 1 de marzo de 2017

ERROR ANECDÓTICO

Garrafal e histórico fallo en la ceremonia de entrega de los Oscar. A estas alturas, hasta los más profanos -y los que siguen sin explicarse lo ocurrido- saben que La La Land no es la mejor película del año, pese a que así fue anunciado por el presentador Jimmy Kimmel. Un final esperpéntico que ni los mejores guionistas de escenas cómicas hubieran escrito tan bien y los actores hubieran interpretado mejor. Moonlight, la ganadora. La ganadora y la derrotada, a la vez. Lo dicho: esperpéntico, con una frase ya mítica: “Esto no es un chiste”, dicha por el productor de la cinta inicialmente triunfadora, Jordan Horowitz.

El episodio nos ha retrotraído a una situación similar ocurrida en el curso de una gala de elección de la reina del Carnaval que presentábamos en el parque San Francisco, allá por los años setenta del pasado siglo. El jurado se había reunido como siempre, en un hotel cercano, y emitió su veredicho por unanimidad. El secretario era Francisco Lasso Purriños que, como era habitual, traía el sobre con el acta que habríamos de leer sobre el escenario, ya con las todavía candidatas dispuestas a escuchar el fallo. Lasso, celoso funcionario, llegó a ser oficial mayor del Ayuntamiento y secretario accidental durante algunos períodos. Tenía por costumbre adelantarnos verbalmente el veredicto que, lógicamente, no desvelábamos.

Aquella noche se equivocó. Escribió el acta como siempre, señalando la composición del jurado. Y cuando llegamos al nombre de la reina, nos percatamos de que había insertado, por error involuntario, el de la presidenta del jurado. Lo advertimos sobre la marcha. Menos mal que nos había anticipado la resolución y ya íbamos preparados, lo cual no impidió que dijéramos para todo el recinto, en el tono más respetuosamente jocoso posible:

-Esto no te lo perdono, secretario.

La frase resumía el desconcertante momento. Y pronunciamos el nombre de la ganadora. Recordamos verle, entre serio y sonriente, en primera fila esperando la ceremonia de coronación. Por fortuna, solo unos pocos se dieron cuenta, tal era el entusiasmo que despertaba la nueva reina y la unanimidad alcanzada en el jurado a la hora de deliberar. Pero no hubo protestas ni expresiones de rechazo. El momento culminante de la gala se desarrolló con toda normalidad. Las risas y las explicaciones, una vez finalizada, se acumulaban de forma incesante en los vestuarios, en la salida y en el cóctel posterior.

Fue una anécdota sabrosa, digna de ser rememorada, como ha ocurrido, en multitud de reuniones con funcionarios y amigos comunes. Es probable que el acta original se conserve entre los legajos de los expedientes municipales. Deberían rebuscar y conservarlo. Tan solo para constatar que un error en un fallo de un jurado cualquiera comete en la vida.

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