viernes, 17 de febrero de 2017

LATÍN

El inusitado éxito editorial de un libro -ocho ediciones en pocos meses- del que es autor el profesor italiano Nicola Gardini ha resucitado al latín, si es que estaba liquidado, hecho del que cabe dudar a la vista de la cantidad de expresiones que se utilizan e intercalan en textos y formulismos de muy distintos ámbitos. Dice algún crítico que el libro, en sí mismo, es una provocación pero lo cierto es que el debate para aceptar al latín como lengua oficial de la Unión Europea (UE) parece abierto. Lo que son las cosas: los ingleses, a punto de marcharse de la estructura -no dicen que se llevan su idioma- y los analistas contrastan cómo la lengua fundacional de su cultura lleva camino de convertirse en un soporte esencial quién sabe si para reafirmar la identidad, justo ahora que los escépticos van in crescendo -¿lo ven?- y los problemas de la propia UE se complican.
Nos enseñaron que se hablaba en la región del Lacio y que se extendió por todo el imperio romano, de modo que se le sitúa como el origen de las lenguas románicas. Hasta la Edad Moderna, fue lengua de cultura. Muchas veces se nos remarcó lo de lenguas clásicas -junto al griego- y hasta en la terminología estudiantil era frecuente escuchar lo de ‘lenguas muertas’. El bachillerato de letras de entonces, desde luego, tenía en el latín una asignatura de referencia. “Gallia omnis divisa est in partes tres”, conservamos de Julio César en De bello Gallico y como ese primer pasaje, muchos otros, hasta La Eneida, de Virgilio, traducida ya en preuniversitario. Declinaciones, las cuatro conjugaciones, los verbos irregulares, raíces y desinencias, la ordenación… Hubo, en el caso personal, excelentes profesores entonces y a cuya memoria van dirigidas estas líneas: Maruja Martín Real, Alfonso Trujillo Rodríguez (en Segunda Enseñanza del Puerto de la Cruz) y Orencia Afonso de la Rosa, en el colegio San Agustín de Los Realejos, ambos centros desaparecidos. El latín sirvió de mucho, desde luego, para reafirmar la vocación por las letras.
Hay que agradecerle al profesor Gardini esta insólita recuperación de la lengua de Séneca y de Cicerón, que, al cabo de los años, fue instaurada por ley en nuestro país como asignatura troncal del bachillerato. No sabemos si Europa terminará hablando latín -es memorable el episodio de la salutación en esa lengua entre el Papa Juan Pablo II y el entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván- pero, aunque suene retro, no parece una extravagancia y seguro que contribuye a expresarse mejor, que buena falta hace, y a disponer de un instrumento de comunicación extraordinario, no menos necesario.

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