jueves, 26 de enero de 2017

CENSURAS A TUTIPLÉN

Asunto censuras en corporaciones en una tertulia radiofónica. Era previsible que se disparara tras la ruptura de la alianza entre nacionalistas y socialistas en el Gobierno de Canarias. Si eran frágiles o débiles las minorías antes de, si están latentes las ganas de desbancar, si no merman las ambiciones políticas, si ni las normas concebidas para frenar el transfuguismo o penalizar ciertos comportamientos, si los propios partidos políticos no son capaces de controlar o disciplinar a sus consejeros o concejales... al final, el terreno sigue abonado. La tentación existe. Y en determinados momentos, en concretas coyunturas, con móviles más o menos inspirados por el rencor, tan solo por el deseo de devolver el golpe, es difícil resistirse. Aunque seguro hay antecedentes en contrario.

Las censuras han jalonado buena parte de la vida municipal en Canarias desde el primer mandato. Recordemos, por ejemplo, que en el período 1979-83, en Las Palmas de Gran Canaria, hubo hasta tres alcaldes, dos de los cuales accedieron por esa legítima vía, desde entonces revisada a fondo para rellenar vacíos legales e imperfecciones derivadas. Llegaron episodios insólitos, como aquel de 1991, cuando José Carlos Mauricio, aún con mando en plaza y tratando de hacer méritos para el nacionalismo emergente, se empeñó en desbancar a Carmelo Artiles de la presidencia del Cabildo de Gran Canaria sin apenas darle un respiro. Y hasta un caso de autocensura, como fue el perpetrado por Manuel Hermoso, aún con las Agrupaciones Independientes de Canarias (AIC) y el propio Mauricio -¡que llegó a izarle en hombros en la capital grancanaria!- para liquidar la segunda presidencia de Jerónimo Saavedra, redivivo políticamente cuando a poco Felipe González le nombró ministro. En numerosos cabildos y ayuntamientos canarios se han sucedido las censuras, de todos los signos, con el concurso de la práctica totalidad de los partidos. Algunas modificaron sensiblemente la voluntad popular, no importaban contradicciones ideológicas o programas contrapuestos. Por supuesto, en la fase previa a su materialización, tales censuras alimentaron todo tipo de especulaciones, conjeturas y movidas sobre los protagonistas e implicados, alguna de ellas tan curiosa como tener que esconderse en un lugar ignoto o trasladarse posteriormente a otra isla para evitar ser señalados. Los intereses agudizan el ingenio.

Ahora las censuras recobran actualidad informativa. Anda que no gusta ni nada a los medios una tensión, una elucubración, una porfía, una suerte incierta... Se ponen sobre la mesa las piezas, se intensifican los contactos con las fuentes, se pone atención a los movimientos visibles de los días previos... y ¡hala!, servido en bandeja el trance.

Claro que algunos protagonistas parecen haberse olvidado de que las censuras no son para anunciar y amagar, sino para recoger las firmas y registrar el escrito. Después, ya se verá. Porque todo puede suceder. Las censuras no son para escarceos; están para consensuar un candidato alternativo y -supuestamente- un programa de gobierno. Están para ser presentadas y no ser debatidas antes de tiempo ni para amagar ni alimentar expectativas.

Algunas de estas ideas expusimos en la tertulia citada, barruntando la agitación -no sin convulsiones, si es que prosperan las iniciativas- del panorama político local. Se puede entender el afán y el propósito, pero las formas son importantes, aunque cada vez cuenten menos en el corpus de los escrúpulos. Que no se lamenten quienes las han practicado. Que anden atentos los que alardean para luego verse sorprendidos con alguna pirueta, de esas impensables. Ay, esas maniobras. El problema es que prende la inestabilidad y la ciudadanía se ve afectada por parálisis cautelares en la resolución de trámites administrativos (a la espera de...) en tanto que aumenta su desafección hacia la política al intuir que, tras el telón legítimo, se configuran otros escenarios con otros personajes con parecidas ambiciones.

Luego, después de tratar de convencer de males y vicios gubernamentales que precisan ser erradicados, después de invocar la necesidad perentoria de cambio, después de apelar al supremo interés general y un proyecto que ilusione a la población, después de conversaciones y negociaciones inconfesables, darán los pasos para que la censura, prospere o no, se convierta en un hito de la vida institucional. Flota en el ambiente que va a haber censuras a tutiplén. Por no decir en cascada, ya entienden.

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