viernes, 2 de diciembre de 2016

MONTAJISTAS

Reescribamos los planteamientos de cuando nos llamó la atención, hace algún tiempo, el término ‘montajista’, al haberlo empleado alguien en plena euforia de ciertos escándalos que pululan por algunas cadenas televisivas, en esos programas que asocian a la basura para distinguirlos.

     Nada o casi nada de sus contenidos es casual. Se necesita a alguien, o a más de uno, para gestar la situación y darle luego rango de información o noticia.
En el diccionario, la voz aparece como utilizada en Bolivia, Ecuador y Chile. Dícese del montador de películas o de material gráfico de imprenta. Por lo tanto, el vocablo -si es que así es aceptado- tiene tintes de un derivado: de montaje.
De modo que montajista debe ser el que, en un contexto de comunicación, se presta a hacer cualquier papel en la fabricación de una supuesta información o de una pieza, como decían en televisión. Puede ser, por ejemplo, el conductor o la sirvienta de algún personaje público que, habiendo cesado en su cometido, por despecho o porque les pagan una cantidad, van y cuentan las interioridades de aquel trabajo o de aquella relación con sus jefes.

     Montajista es también la persona que, ansiosa de notoriedad, sin escrúpulos y con ánimo malévolo, se presta a una situación mínimamente urdida para perjudicar o dañar premeditadamente a alguien que un día no hizo declaraciones o produjo cualquier negativa al medio, a un profesional del mismo o al entorno del mismo. Resquemores, revanchismos, móviles políticos y aprovechamientos personales también forman parte del sistema. O de la trama.

     Se le busca un vínculo, se le dice lo que tiene que decir, se le prepara convenientemente, se le obnubila con cifras millonarias de audiencia, se le ofrece un talón... Y ya está: ya es partícipe, ya forma parte del montaje. A este paso, viendo que el caudal de réditos e impunidad  no cede, con el tiempo no es de extrañar que se consigne: de profesión, montajista.

     Hay un episodio célebre en TeleMadrid,  a propósito de una ruta de inmigración ilegal desmantelada hace años en el aeropuerto de Barajas y reactivada por un reportaje de dicha televisión pública para tratar de evidenciar poco menos que un coladero por donde era fácil entrar en el país sorteando controles y demás trámites legales.
Cómo habrá sido el montaje, que los trabajadores de la cadena manifestaron públicamente su vergüenza. La manipulación descarada minaba su propia realización y mermaba -un poco más- la credibilidad del medio. En este caso recordemos que se rasgaron las vestiduras de las consecuencias políticas pero no pasó de ahí.

     El caso es que el montajista, los montajistas, siguen oficiando. No les importa nada: ni el fenómeno de la inmigración ni la función policial ni la seguridad en una instalación aeroportuaria ni la reputación de las personas implicadas. Creen haber logrado lo que querían: sus minutos de gloria (¿de gloria?) y el supuesto desprestigio de quienes ejerciendo cometidos profesionales deben velar para que esas cosas (la red, la ilegalidad, el coladero, la ignorancia y la ingenuidad de televidentes...) no sucedan.

     Les han descubierto. Pero no se engañen: ellos -éstos u otros- lo volverán a hacer. Ya son montajistas profesionales.

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