martes, 15 de noviembre de 2016

UN TROPEZÓN CUALQUIERA...

Un tropezón cualquiera da en la vida, se decía otrora, cuando alguien, de intachable trayectoria, cometía un error inesperado, impropio; o cuando un equipo deportivo de trayectoria regular o positiva veía frenada la misma por un empate o una derrota que no entraba en el guión. En realidad, es el título de una película argentina en blanco y negro, dirigida por Manuel Romero, estrenada en enero de 1949 y protagonizada por Alberto Castillo y Virginia Luque.

No ha tenido un debut feliz el ministro de Cultura, Iñigo Méndez de Vigo, ahora portavoz del Gobierno, en su comparecencia tras la reunión del gabinete. No han hecho sangre los medios -¿qué hubiera pasado si el patinazo lo hubiera protagonizado un político de otros signo?- acaso porque un tropezón cualquiera da en la vida de ministro. Un desliz. Ya saben: errare humanum est.

Doble patinazo por cierto. Primero, atribuyendo a las composiciones de Leonard Cohen una capacidad danzarina absolutamente desconocida: “Con sus canciones hemos bailado muchas generaciones de españoles”, afirmó. La conclusión parece sencilla: el ministro no sabía quién era Cohen. Los temas del autor canadiense, “el trovador de la voz cavernosa”, como fue calificado, no eran, precisamente bailables.

Después, cuando le pidieron opinión sobre el fallecido Perico Fernández, el púgil aragonés que fuera campeón del mundo de los pesos ligeros, se confundió y soltó unas impresiones de juventud atribibuibles a Pedro Carrasco. Cuando le hicieron ver el error, el ministro Méndez de Vigo precisó sobre la marcha en su cuenta de twitter. “La memoria -dijo- me ha hecho una trastada y confundo a dos Pedros. Ambos grandes deportistas. Todo mi afecto”.

Probablemente, el ministro ya habrá escuchado el mismo consejo: antes callar que incurrir en un equívoco o aportar una valoración errónea. Hay que asegurarse y hablar con propiedad. ¿Se acuerdan de Esperanza Aguirre con “Saraqué...” o su probado desconocimiento de Santiago Segura? No ha sido un buen arranque el del ministro, aunque ya cargará con la anécdota el resto de su vida. Y es que cualquiera da un tropezón.


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