miércoles, 12 de octubre de 2016

LA SONRISA EN LA TELEVISIÓN DE HOY

El escritor segoviano Andrés Sorel, fundador en 1984 del diario Liberación y director de la revista República de las Letras, publica un artículo pesimista titulado “La política ya es solo televisión”. Es una reflexión interesante que plantea hasta qué punto la degradación de la política se ve acentuada por el abuso del medio televisivo, al que se acude para fines no puramente informativos ni explicativos siquiera sino para aprovecharse de su fácil accesibilidad, de su indiscutible poder de penetración -ya nos gustaría ver los índices de audiencia si estos dependieran de la lectura de diez páginas de un libro, no más-, de los efectos persuasivos en el lucimiento personal, de la frecuente complicidad de entrevistadores y conductores, de la sutil o descarada propaganda y hasta de las redifusiones dichosas, en el caso de canales autonómicos y locales.

En las dos últimas campañas de las elecciones legislativas que no arrojaron luz sobre la gobernabilidad del país, ya pudimos contrastar el empeño de las cadenas en ofrecer productos distintos: candidatos ‘humanizados’, tratados desde una dimensión más personalizada, sus gustos, sus habilidades… Parecía interesar más su contribución a las tareas domésticas, sus hábitos de lectura de prensa deportiva o el supuesto manejo en redes sociales que las medidas a adoptar para frenar el déficit público o un nuevo modelo territorial y, por ende, de financiación autonómica. No es que lo primero esté mal, pero… “¿Qué hará para evitar que colapse el sistema educativo?”, como que interesa más proviniendo la respuesta de quien aspira a gobernar o de hecho es responsable público de departamentos y políticas sectoriales.

La naturalidad, la distensión, la apariencia de cercanía, el atuendo (por supuesto) son cualidades indispensables. Se trata, sobre todo, de sonreír, sostiene Sorel. Se pregunta: “¿Quiénes no sonríen en el cansino espectáculo de las fotos histéricas que han enterrado el diálogo, la controversia; quiénes no aplauden ante la turbamulta que levanta las manos y se aprietan en masas que, da igual, se congregan en un partido de fútbol, ante una bandera -cualquiera de ellas- el líder político, hombre o mujer que ya parece figura del celuloide, o en el recinto en que se contorsionan, saltan, aúllan aquellos que dicen ser músicos?”.

Sonreír o cómo fracasar en el intento. O cómo perder equis puntos en la percepción de los cientos, miles de seguidores, muchas veces convenientemente aireados para que el post-debate o la post-entrevista adquieran determinado sesgo favorable. Sonreír como síntoma de seguridad o como expresión de aplomo y dominio en el plató. Sí, ya: todo eso se llamaba antes telegenia. Pero ahora hay que poner énfasis en la sonrisa, “porque la única batalla ideológica que ya se plantea en el plató de la representación -escribe Sorel- es el bien asimilado ensayo de ver quién sonríe más, quién se muestra más simpático, atractivo, sea hombre o mujer, aunque como siempre no hay regla sin excepción...”.

Y claro, es fácil adivinar las consecuencias. Los destinatarios de la prolífica sonrisa, de los mensajes acartonados, de los lugares comunes, de los discursos plúmbeos y de las acusaciones aprovechando la ausencia, eso que llaman la gente, la sociedad, los vecinos o la ciudadanía, carecen ya de opinión propia. Es tremendamente crítico Andrés Sorel cuando escribe que “son fieles de la religión que impregna su tiempo de ocio y que, a su vez, es programada y divulgada por los burócratas políticos invitados por los burócratas mediáticos. Eso sí, todos al servicio del gran Profeta y señor del tiempo, la Publicidad. Porque necesitan fieles mudos, pasivos como buenos consumidores, para conquistar el Poder o, al menos, vivir en la bien remunerada burocracia que conforma sus aledaños”.


De los conductores pro y anti y de los insultadores impunes es preferible no hablar. A ellos también (por fortuna, no todos) les sonríen.

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