miércoles, 26 de octubre de 2016

LA MIRADA JAPONESA DE MANRIQUE

El artista lanzaroteño como no le conocíamos, desde una arista japonesa que nos descubre el economista Nicolás Laiz Herreras en su obra De Lanzarote a Kyoto con César Manrique (Veredalibros), presentada días pasados en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) por su propio hijo y por el ingeniero de montes Isidoro Sánchez García.

Laiz revela que su relación profesional con Manrique, su trabajo de asesor en materia económico-financiera, trascendió esos límites hasta labrarse una amistad que les empujó a emprender una suerte de aventura japonesa a partir de una exposición retrospectiva de la obra pictórica manriqueña, no comercial, desarrollada en un centro que con anterioridad había acogido una colección de Francisco de Goya.

Allí, según el autor, se fragua una oferta que, de alguna manera, sustancia lo que se conoce como “modelo turístico manriqueño”, que no es una concepción académica propiamente dicha. “Se trata más bien -escribe- de un conjunto intuitivo de proposiciones, como la resumida en esta apreciación: es más rentable a largo plazo limitar los alojamientos a veinticicinco mil que edificar cien mil”.

En 1987, César Manrique era el artista revolucionario que se recuerda, el eterno crítico, el disconforme permanente. En abril de ese año, antes de partir a Japón, desde Alemania envía un mensaje personal al pueblo nipón. El original es reproducido fotográficamente en una de las páginas del libro:

Yo, en Lanzarote viviendo, en las antípodas de Japón, me parece realmente emocionante dirigirme a ustedes. MI MENSAJE, COMO INTEGRACIÓN DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA EN EL ESPACIO VITAL, se lo dedico al pueblo japonés, que creo que es el más organizado,, sensible y trabajador a través de la exposición de mi obra en SEIBU.
Mi mensaje, producto de la inspiración cósmica, , expresado por medio del trabajo creador, deseo que enriquezca vuestra cultura y que vuestra cultura mejore mis conocimientos.
Me considero CIUDADANO DEL UNIVERSO y todas las culturas me parece mis culturas. Y todos los seres humanos los considero hermanos míos.
Siempre he sentido una gran admiración por el pueblo japonés, por lo que me encantaría seguir en contacto (con) todos ustedes en el futuro”.

Desde el primer capítulo se desgrana la memoria de aquella experiencia nipona en la que tuvo mucho que ver el holding SEIBU, una potente firma que se empeñó en el sello manriqueño para caracterizar una parte de la ciudad de Kyoto, célebre años más tarde por ser el escenario de la firma de un protocolo internacional que se marcó como objetivo reducir las emisiones de gases de invernadero que causan el calentamiento global.

El área de actuación lindaba con la zona tradicional protegida. Recorrió templos, pagodas y la zona civil o de recreo veraniego imperial. Laiz interpreta en su libro el mensaje qan ue al creador lanzaroteño le inspiraba la urbe que recorría para dejar su impronta:

Quiero que el Japón occidentalizado, comercial, industrializado y tecnológico, no se olvide de su patrimonio urbanístico tradicional y simbólico. Las nuevas tecnologías y los nuevos materiales pueden utilizarse conjuntamente con los elementos tradicionales. Con talento, se pueden mezclar todos esos elementos y generar ideas y proyectos originales sin perder ese carácter, ese estilo inmemorial”.

A Manrique le propusieron diseñar y realizar nuevos centros comerciales, tipo La Vaguada, de Madrid; diseñar y crear espacios lúdico-turísticos para las islas del Pacífico, al estilo del Lago Martiánez, en el Puerto de la Cruz; y reformar y diseñar viviendas de estilo tradicional japonés, ubicadas en una urbanización dentro del área protegida de Kyoto.


Anécdotas, confesiones, vivencias… se van desglosando en las páginas de esta obra prologada por el profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Germán Santana Henríquez y que tanto Nicolás Laiz hijo como Isidoro Sánchez condensaron con precisión para invitar a su lectura, para descubrir otro César Manrique.

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