miércoles, 2 de marzo de 2016

DEBATE

Con lo saludable que es debatir, hay personas que se incomodan, por decir una expresión benevolente, pues hay otros estados, ahora se dice algo así como incómodos, no; lo siguiente.
Ni siquiera reparan en que si se debate es porque lo hemos querido en las urnas y el escrutinio de éstas obliga a un ejercicio de díalogo, de contraste de criterios e ideas y de presentación de propuestas y alternativas.
Está en juego la gobernabilidad de un país y eso, cuando las circunstancias aritméticas son las que son, exige dedicaciónm negociación y plasmación de acuerdos. También están las intransigencias, los personalismos, las insuficiencias, la teatralización y los rechazos. Pero todo eso es normal en democracia. Bueno, menos los insultos y las expresiones que transgreden el ámbito político para acabar residenciándose en la esfera personal.
El debate es sano y al cabo de tantos años de democracia la conclusión es que se debería fomentar y practicar más. Lo fácil es el rulo abusivo de la mayoría absoluta. Lo no tan fácil es cómo vertebrar un discurso -en el que la apelación al mestizaje ideológico resulta muy oportuna en los tiempos que corren- o cómo plantear una concertación coherente en busca de la gobernabilidad.
Dos jornadas de debate en el Congreso de los Diputados, una sesión de investidura, devuelven la política real, la que más debe interesar, al primer plano. Y aunque unos quieran reventarlo y otros pasen olímpicamente, hasta el menosprecio, téngase en cuenta que se busca y se quiere un gobierno. En interés de España. 

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