martes, 24 de noviembre de 2015

FASCINACIÓN INAPROPIADA

Había que estar allí, "en el lugar de los hechos", y hasta allí se apresuraron, pareciera tonto el que no llegue. Noticias de alcance -aunque luego no eran tales-, pluriconexiones de vértigo, recapitulaciones, titulares -siquiera apresurados y con algún error ortográfico-, testimonios temblorosos e impactados y mensajes o faldones a pie de pantalla… Siempre tendremos París, con sus imágenes reales y realistas, con su balance de horror… y con su espectáculo mediático. Que haberlo, hubo.
         ¿Cómo, si no, calificar el selfie de Carlos Herrera, con gesto incluido, ante los ramos de flores amontonados en las cercanías de Bataclán? ¿Cómo, si no, criticar el empecinamiento narrativo de Ana Rosa Quintana interrumpiendo un minuto de silencio? ¿Cómo, si no, describir el atuendo de Antonio García Ferreras para trasladar los impactos de los proyectiles y los restos, aún apreciables, de la sangre derramada? Ciertamente, no faltaba nada "desde el lugar de los hechos". Cuando se enseñaba que el periodista o el informador no era noticia, que lo relevante eran los acontecimientos de los que había que informar, aquella gráfica se hubiera conservado -todo lo más- para un reportaje de aniversario o un libro de memorias; aquella interrupción hubiera merecido la reprimenda sin paliativos de un jefe mientras que el relato, pese al soporte audiovisual y la vestimenta ‘ad hoc’, habría de correr suerte parecida.
         Se dirá que andaban en la carrera por la audiencia y hasta habrá quien hable de la competencia en la vorágine del realismo natural, del riguroso directo y de los adelantos tecnológicos. Sin elevar más el listón crítico: fueron corresponsales de guerra por un día. Mejor: por unas horas. A fin de cuentas, el presidente Hollande iba a proclamar ese estado con la solemnidad política que exigía lo ocurrido. Estaban allí, querían contarlo, era su deber. Pero no pudieron contener sus afanes de visualización, por decirlo de forma benevolente, y cedieron al sensacionalismo. Queriendo -o sin querer- montaron el ‘show’, cultivaron el morbo sacrificando la información y contribuyeron al espectáculo que debieron haber evitado.
         El periodista y escritor mexicano Diego Petersen Farah les hubiera dado la bienvenida hace cinco años, cuando escribió que “lo importante no es la veracidad de los hechos sino la capacidad de sorprendernos más veces en menos tiempo”. Es como si banalizar la información fuera moneda corriente, incluso irrespetando los instantes de silencio en memoria de las víctimas, porque lo importante es aparecer junto a las flores o los charcos de sangre. Con razón decía Petersen que el periodismo está siendo víctima de sus propios medios. Una cosa es que haya que estar donde se produce la noticia -para una información más completa y más directa, se supone- y otra muy distinta convertirse en un elemento del espectáculo que se va forjando -incluso con una difícilmente eludible carga emocional y hasta riesgosa- con tal de salir antes o hacerlo de forma tal que vale cualquier recurso, incluida la audacia, para acreditar la competitividad, que no la profesionalidad.

         “A los periodistas de hoy nos está aniquilando la fascinación por la imagen propia”, concluyó el autor mexicano. Cuánta razón.   

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