lunes, 19 de octubre de 2015

POLÍTICA DE PERSONAL

Es normal el desconcierto -y hasta el malestar- en las filas socialistas por la incorporación de determinadas personas a sus candidaturas para las próximas legislativas. De siempre, la ‘política de personal’ -así llamada para identificar la selección y colocación más o menos estratégica de cuadros y valores individuales- despertó recelos y críticas internas cuyo diapasón modulaba el desempeño y el paso del tiempo. Recuérdese el caso de Baltasar Garzón, fichado a bombo y platillo con José Bono de por medio, protagonista posterior de un sonado abandono.
         Por lo general, la inclusión de independientes no fue bien vista en las filas socialistas. Pero era claro que una mínima visión de enriquecimiento de la organización y las proclamas de aperturismo a la sociedad significaban la necesidad de obrar con criterios de laxitud a la hora de confeccionar las listas. Se trataba de superar cierta rigidez, unos corsés que frenaban o impedían la innovación, además del riesgo de desperdiciar aportaciones interesantes y aprovechables… Siempre que estuviera acreditado su progresismo y que asumían las posiciones partidistas se supone que democráticamente debatidas o aprobadas. Ponderar la independencia -cada quien y sus circunstancias, respetables- era y es una señal de madurez, nunca un impedimento para la participación política.
         Pero ni siquiera las dudas que puede inspirar el transfuguismo de Irene Lozano, procedente de las filas de Unión, Progreso y Democracia (UPYD); o las manifestaciones de rectificación o disculpas sobre algunas acusaciones que vertió sobre la casa que ahora le acoge y que le han solicitado dirigentes socialistas como el presidente extremeño Fernández Vara y el ex presidente Felipe González, las dudas -decíamos- sustancian el desconcierto y el malestar de la militancia como que no se haya contado con ella ni siquiera a mero título orientativo. Cierto que las direcciones y órganos de decisión deben tener un razonable margen de maniobra, pues para eso dispondrán de información y estudios en los que basar sus determinaciones. Cierto que hay criterios respetables como el número de candidaturas que en todo el Estado deben estar encabezadas por mujeres. Pero entonces no hablemos de procesos participativos o de consulta. No se corresponde con la realidad fáctica.
         La experiencia ha acreditado que el sistema de elecciones internas (también llamadas primarias), a la vista de las múltiples fisuras, está necesitado de un perfeccionamiento que se vuelve indispensable si se quiere mantener los mínimos de motivación de los militantes. Un partido moderno, democráticamente avanzado, abierto a la sociedad -como tantas veces se ha dicho- ha de afrontar esa asignatura con carácter prioritario. De lo contrario, parece condenado a la resignación de su gente. Y al malestar -no es demagogia- de quienes dicen que si solo se cuenta con ellos para abonar las cuotas y para asumir códigos éticos. Menos mal que sigue primando la sensatez y no se han perdido principios como el de la escenificación de la unidad: todos a una.


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