lunes, 8 de junio de 2015

DE LA CONCHA

Se arrancó Carlos De la Concha Bergillos por “tunerías”, rememorando viejos tiempos en los que echó un poco de sal y pimienta bullanguero y divertido al proceso de formación universitaria, para gozar con sana alegría de su acceso a la jubilación. Allí estaban compañeros, amigos y quienes habían sido sus alumnos, muchos de ellos hoy convertidos en técnicos de administración general, funcionarios, jefes de servicio, auxiliares, laborales y subordinados que conocieron de su bonhomía y de su seriedad. De él aprendieron, seguro, el sentido de la responsabilidad, ese que se cultiva a lo largo de la trayectoria existencial y profesional para resultar plenamente asumible cuando se tiene a alguien que enseña y que inculca valores los cuales terminan identificando y cualificando a la persona misma.
            Es lo que ha hecho el profesor De la Concha, el hombre capaz de penetrar por todos los vericuetos del Derecho Administrativo y por todos los pliegues de la Administración. A la canaria, por cierto, acaba de realizar su última gran contribución como ha sido participar activamente en el proceso de elaboración, en la pasada legislatura, de las leyes de municipios canarios y de los cabildos insulares. Claro que antes, hace ya más de treinta años, participó de forma destacada en el tránsito de instituciones insulares y en la génesis de la administración autonómica. Desde entonces, ha seguido desde dentro y desde cerca la evolución de ese mundo complejo a menudo y, a su pesar, elevado a gigantismo burocrático y demandante -como un tópico enquistado desde dentro y desde fuera- de la simplificación de procedimientos.
            Carlos de la Concha, doctor en Derecho, profesor (ahora emérito) de Administrativo en la universidad lagunera y miembro del Instituto de Estudios Canarios, vivió con satisfacción y emoción la celebración de su ingreso en las clases pasivas, puestos a respetar formalidades o a hacer un uso apropiado del lenguaje, tanto que le gustaba, por cierto, para identificarse con la semántica, la exactitud de los términos y los giros sintácticos apropiados. Sin exageraciones, ha sido un virtuoso.  Atrás quedaban oposiciones, informes, dictámenes, clases, conferencias, publicaciones y tribunales, amén de ese trabajo silencioso y eficiente en las largas jornadas laborales de despacho. En esa sucesión de trances y deberes hay un sello personal que respetan sus colegas, sus más próximos y quienes han ejercido o ejercen en otras administraciones públicas.
            Ha dicho adiós sin estridencias, como le gusta a quien ha sido atento, observador, metódico y probo servidor público. La prudencia del profesor De la Concha sería otra de las virtudes a ponderar en su personalidad. Las circunstancias del destino quisieron que su último jefe, el consejero de Presidencia, Justicia e Igualdad del Gobierno de Canarias, Francisco Hernández Spínola, haya sido el mismo con quien éste se iniciara en su ya prolija trayectoria profesional y política, allá en los albores de la autonomía. Le despidió, recordando las leyes aprobadas por unanimidad, con palabras de especial afecto y gratitud que condensaban el reconocimiento hacia quien supo ganárselo con las debidas cualidades. Carlos De la Concha respondió con sencillez y mesura, con la exactitud anteriormente destacada.

            Después empezó a disfrutar de su jubilación y se arrancó por “tunerías”.

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