martes, 2 de junio de 2015

CAMPAÑA: REVISAR PRÁCTICAS VICIADAS

La pasada campaña electoral era una excelente oportunidad para que los partidos políticos redujeran gastos, hicieran gala de austeridad y correspondieran, en definitiva, a las circunstancias de crisis que estudios de investigación sociológica, públicos y privados, se encargan de poner en tela de juicio aquella afirmación de Mariano Rajoy relativa a que las tribulaciones económicas y sociales ya eran historia.
            Pero, aunque se optó en muchos casos por recursos y soportes menos costosos, lo cierto es que pudo verse tal cantidad de vallas, tan prolija cartelería y tal suerte de propaganda mediática que dejaron pasar la ocasión. Algunos exhibieron ese poderío con el que intentaron impactar visualmente para generar un estado de opinión favorable que contribuyese a inclinar la balanza y las preferencias. Otros rivalizaron y otros se desenvolvieron con más modestia. Y no faltarían, seguro, quienes se movieron entre recursos artesanales o casi mendigando un espacio donde dar a conocer sus candidaturas. Eso sí: parecieron ponerse de acuerdo en no distribuir programas electorales impresos, pensando acaso que es un gasto inútil pues casi nadie lee o atiende en campaña ofertas programáticas.
            Y así, las organizaciones políticas han empleado presupuestos que son elevados, sin duda. La gente ya no se pregunta por qué y para qué tantos carteles o inserciones publicitarias sino de dónde sale tanto dinero para sufragar el capítulo de gastos.
            En ese sentido, llama la atención que algunos medios estableciesen poco menos que una tarifa para que una entrevista de una hora con un candidato, por ejemplo, costase mil quinientos euros y una serie de cinco, otros tantos miles de euros, incluyendo tres o cuatro redifusiones. Es verdad que en algunos de estos medios aparecían títulos de créditos advirtiendo de la circunstancia.
            Partiendo del principio de que cada empresa o cabecera puede establecer libremente su política de campaña, los tratamientos que puede dispensar al período electoral previo a los comicios y los precios que debe aplicar, no es menos cierto que el hecho de ingresar por entrevistar es discutible. O sea, que el interés informativo está mediatizado. No es ya lo que pueda decirse de un candidato o del programa que presente una opción y que tiene, lo dicho, interés informativo, sino que aparecen si pagan. No parece modélico el método.
            Claro que a esa práctica se prestan los mismos candidatos o las mismas organizaciones políticas: son quienes, aceptándola, contribuyen a fines poco claros, cuando menos, turbios. ¿Bajo qué condiciones se hacen esas entrevistas? Habría que saber si se pactan los contenidos y si se admiten las alusiones a terceros que luego no se sabe si podrán replicar o dar su versión. Los implicados, un suponer, valorarán riesgos y rentabilidad, aunque la aceptación puede formar parte de esa compleja relación, más o menos amistosa, que une a periodistas y políticos y en la que suele haber mucho de compromiso.
            Lo peor, en cualquier caso, es la doble moral de quienes ejerciendo la profesión, esto es, leña a los políticos, descalificaciones, insultos, ligerezas, falsedades, insinuaciones e infundios, luego se aprovechan de su ego, de sus debilidades y de sus aspiraciones para producir unas ganancias.
            Otro hecho, denunciado en algún digital antes de que finalizara la campaña: los influjos para sesgar primeras páginas de periódicos o tiempos preferentes de programas audiovisuales. De ser cierto, ¿tendrá que ver el volumen de inserción publicitaria? Porque depender exclusivamente de criterios periodísticos, aunque estén bien manejados por gabinetes y departamentos de comunicación de candidatos, es bastante discutible.
            Este hecho, por cierto, está precedido de una práctica que, fuera de campaña, no es menos discutible, aunque haya que reiterar el respeto al principio de libertad de tratamiento que antes referimos: parece ser que fragua la costumbre de enviar a los medios entrevistas ya confeccionadas con candidatos o cargos relevantes con la particularidad de que no aparezcan como publicidad remitida (PR), que así se decía antes de que llegaran otras fórmulas. De ser cierto, ¿a quién favorece esa cuestionable modalidad? O  más crudo: ¿cabe seguir confiando en el producto informativo?

            Sería bueno que la autocrítica sirviera para revisar esquemas, vicios y prácticas de trabajo. No vale solo con desvirtuar la política y a quienes la ejercen. También el periodismo y la comunicación exigen rigor y transparencia. Con razón se insiste en la autorregulación. 

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