martes, 28 de abril de 2015

ACERTAR AL COMUNICAR

Fue al inolvidable Alberto de Armas, entonces senador y secretario general de los socialistas canarios, a quien primero escuchamos la frase “No sabemos contar lo mucho que estamos haciendo”. Debió ser en la primera legislatura autonómica (1983-87). Seguro que la misma idea se ha repetido en el seno de gobiernos, corporaciones y ejecutivas empresariales o sindicales, sobre todo en coyunturas adversas o cuando tuvieron que rendir cuentas, simplemente, y pudieron contrastar la insatisfacción de los destinatarios y las enormes carencias de información y comunicación que, en efecto, reflejaban la falta de correspondencia entre los valores de una tarea de gobierno o resultados de gestión y su esperada valoración.
            Años después, hubimos de asumir personalmente y casi sin perdón (máxime por razones profesionales) que, entre las causas de la primera derrota electoral de la opción política que encabezábamos en unos comicios locales, figuraba no haber transmitido mejor el alcance de una obra de gobierno que, desde luego, no merecía ser castigada. Pero como demócratas aceptamos la voluntad popular y ni siquiera esgrimimos, entonces y ahora, algunos factores que hubieran servido de justificación.
            La historia se sigue repitiendo. Las organizaciones políticas conceden gran importancia a la comunicación, conocen de sus múltiples variables, establecen más y estrechas relaciones con los medios -sobre todo, con las empresas, que son, a fin de cuentas las que controlan, hacen y deshacen en la vertiente económico-financiera del negocio, que también existe-, fichan profesionales destacados y hasta, en algunos casos, les incorporan a sus candidaturas. Los espectaculares avances en el uso de las nuevas tecnologías y la consolidación de las redes sociales como herramienta imprescindible en cualquier ejercicio político son las pruebas irrefutables de la necesidad de contar con personas expertas en el manejo de esas materias. Cualquier tipo de iniciativa de comunicación que se pretenda, desde luego, ha de pasar por un esmerado tratamiento de los factores apuntados.
            Hasta el Partido Popular (PP), en una de sus muy escasas concesiones a la autocrítica, mostraba en un reciente video el diálogo de sus principales dirigentes en el que uno de ellos preguntaba “si no había faltado un poco de piel” en alguna de las acciones que habían afrontado desde el ejecutivo. Entendiendo por piel la cercanía, el enfoque, la ecuanimidad que sustancia la credibilidad, en definitiva, el tratamiento comunicacional de su producción política.
            Este problema de la comunicación no es exclusivo del PP, claro que no. Seguro que los demás partidos, las instituciones y las entidades, en general, también lo tienen. Y debatirán estrategias y criterios para afrontarlo. Se supone que a partir de errores, desvíos e insuficiencias.
            El periodista y escritor Francisco Muro de Íscar, con experiencia también en gabinetes ministeriales, señaló recientemente que “la comunicación no es un ungüento mágico que soluciona los problemas de fondo. La comunicación exige estar presente siempre, abrir las puertas, se transparente, responder cuando la gente pregunta, escuchar a la gente y crear confianza”. Cree el autor que no es un problema de comunicación sino de liderazgo.
            Por consiguiente, hay que saber hacia dónde se va. Porque ciñéndonos al ámbito de la política, hay que admitir que ésta no se puede hacer sin ideas, “pero tampoco -como escribe Muro de Iscar- sin identidad, sin coherencia y sin contar con los votantes”. Por eso, concluye, no es solo ni principalmente un problema de comunicación.
            Con la que hay que acertar, desde luego, porque las complejidades siguen creciendo y los intereses se entrecruzan y contraponen. Los balances y los programas que se avecinan o que ya están circulando, lo ponen de relieve. Difícil, desde luego.


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