martes, 12 de agosto de 2014

INCÓGNITAS TRAS EL BRINDIS

Siempre se parte de la premisa de que cada quien es libre de festejar como quiera. A su manera. A su estilo. Por el motivo que estime conveniente. Desde marcar un gol a aprobar una asignatura. Desde el nacimiento de un descendiente a un aniversario… Por tanto, con ese punto de vista, nada que objetar. Creíamos haberlo vivido todo en eso de las inauguraciones, un ascensor o un semáforo, que ya es decir…
            Pero brindar y dejar el momento para la posteridad después de la instalación de unos depósitos o filtros que han de servir para paliar o resolver un problema de abastecimiento de agua que afectó a miles de personas, parece, sencillamente, inadecuado o fuera de lugar. Y hasta si apuran, desproporcionado. Ocurrió en el Puerto de la Cruz.
            Brindaron con agua. Qué mejor, se habrán dicho. Y al más puro estilo electorero, como si de un logro social que dimensionar se tratare, posaron, así, en momento brindis, para la posteridad. O sea, quienes estaban obligados a encontrar soluciones a un problema de abastecimiento, quienes dejaban transcurrir los días sin vislumbrar y concretar alternativas, casi haciendo caso omiso de protestas en redes sociales pero confiados en la pasividad o indolencia del vecindario afectado, terminaron brindando por la instalación de los depósitos que vienen, queremos pensar, a garantizar suministro y calidades.
            Han cumplido con su deber. Era su responsabilidad. Estaban obligados. Y punto. Bueno: infórmese a la población de la actuación ejecutada y baste. Lo del brindis no es que parezca: es un exceso. Por eso decimos que cada quien festeja o celebra a su manera. Encima, a presumir de eficiencia cuando durante semanas se acumularon todos los riesgos del mundo y todos los quebrantos derivados de un suministro irregular y no apto para el consumo. La celeridad con que obraron para brindar, por cierto, contrastó con los silencios prolongados que envolvieron las supuestas intervenciones para informar de los riesgos que corría la población y de las alternativas a sus quebrantos.
            Por ello, claro, quedan algunas incógnitas que despejar y que se apuntan sin otro ánimo que contribuir a la solución más completa.  La de los nitritos, por ejemplo, cuyo poder oxidante debe ser siempre controlado. La del coste de la reparación, cuyo importe, al final, no ha quedado claro quién lo asume, si la Administración (Ayuntamiento o Cabildo) o la compañía adjudicataria del servicio. La de las tarifas definitivamente regularizadas y las indemnizaciones para los afectados, aunque parezca un tanto demagógico. La de si es viable una reparación o reposición parcial de la red.
            Después de tantos trastornos, que los vecinos afectados sobrellevaron muy bien y pacientemente, pese a tratarse de un elemento básico en la convivencia cotidiana, habrá que comprobar si existe voluntad política de analizar a fondo (cada vez queda menos para la caducidad de la concesión administrativa) la realidad de este servicio municipal con el fin de procurar la prestación más estable, cualificada y segura. Al cabo de tantos debates, a ello sí habría que dedicar especial atención. Y si hay una conclusión satisfactoria, entonces otro brindis.


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