martes, 29 de julio de 2014

NADIE SE APIADARÁ DE LAS VALLAS HASTA QUE PASE ALGO

En las redes sociales se ha disparado de nuevo el malestar por el estado de conservación, limpieza y mantenimiento de la ciudad. Es verdad que nunca antes se la vio tan desatendida, tan deteriorada, tan abandonada, tan desconchada y tan sucia. Como es tan fácil manejar teléfonos móviles inteligentes y colgar fotos o videos en las redes, las pruebas se han multiplicado. Es decir, lo que antes se desarrollaba a escala popular, boca-oído, en círculos más o menos amplios, con un testimonio mínimamente creíble, lo que incluso podía inducirse o agitarse sin muchas dificultades hasta generar un debate que trascendía y cobraba efectos expansivos, ahora rueda en un santiamén en decenas y decenas de muros y direcciones electrónicas.
        Es curioso que se descalifique y se tilde de antiportuenses a quienes publicitan o denuncian alguna situación de la geografía urbana que invita, precisamente, a dar un primer paso para ser corregida o mejorada. ¿Hacen mal esos ciudadanos? Hay opiniones para todos los gustos pero peor harían en callar, tolerar, dejar hacer y dejar pasar. Entonces no llegarían nunca las soluciones, entonces no despertarían la sensibilidad y las conciencias de quienes están llamados a velar por el mantenimiento de un buen estado general de jardines, plazas, vías y zonas públicas. Cierto que hay comportamientos incívicos y que falta más colaboración e implicación de los vecinos. No son conscientes de que una ciudad turística o de servicios es como un escaparate que hay que mantener en el mejor estado de visualización y percepción posible. Es una exhibición permanente, por tanto la mejor propaganda que se puede hacer, además de hablar muy favorablemente de sus habitantes, de su esmero y de su sensibilidad para ofrecer una realidad llamativa y positiva.
        Lo peor del Puerto, y es un hecho comúnmente aceptado, es que no hay mantenimiento. Que las cosas nuevas o remozadas duran muy poco. Que, pasadas unos pocos meses, se vuelve al aspecto que originó una actuación que no ha servido para nada y que, sufragada con dinero público, revela el escaso respeto que se tiene por este y por el disfrute colectivo. El Puerto de la Cruz, en eso, es primero de la clasificación hace mucho tiempo.
        ¿Quiénes son más antiportuenses: quienes denuncian y demandan una solución por la vía más directa o quienes alientan irresponsablemente desde amplificadores mediáticos afanes incívicos, perversos y torticeros? Hoy se estarán llevando las manos a la cabeza quienes asistieron a la supresión de la asignatura ‘Educación para la ciudadanía’.
        Pues no, aman al Puerto como el que más, quienes, por ejemplo, contemplan a su paso el estado de algunas vallas metálicas protectoras en sectores muy transitados del término municipal. Se estarán frotando los ojos, no dando crédito a lo que visualizan o tocan, quienes circulan por la autovía del este, junto al túnel de acceso o salida de Martiánez, una de las entradas y salidas de la ciudad. Piezas torcidas o destruidas, remendados hasta con trapos algunos de los descubiertos y vacíos que desnudan peligros claros para el tránsito peatonal. Los desperfectos crecen, nadie se ocupa de ellos. Y quienes van por la avenida Francisco Afonso Carrillo palpan también esa sensación de riesgo, no solo para los niños, y de abandono. La misma sensación que anida en la calle Las Cabezas y en la vía que desemboca en el distribuidor de tráfico del mismo nombre. Vallas oxidadas, despintadas, arrancadas… El impacto, no solo antiestético, es evidente.

        En fin, más importante que los debates y sus derivados, quejas incluidas, es impedir el pecado original: evitar la degradación de aquello que es de todos. Es labor de gobernantes, de acuerdo; pero también de quienes deben velar por un comportamiento cívico que favorezca el mantenimiento y conservación del patrimonio común que también distingue a una ciudad.

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