lunes, 14 de julio de 2014

EL DÍA DESPUÉS

Cualquiera que haya sido el resultado de la jornada de elecciones internas en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) -este comentario ha sido redactado antes de conocerse-, se trata a partir de hoy de que sus militantes hagan honor al significado y a la trascendencia histórica de la convocatoria, en el fondo un paso o una prueba de madurez no solo para revitalizar la organización sino para cualificar la propia democracia española e intentar superar esos quistes de desafección y repulsión hacia la política cada vez más extendidos en el cuerpo social.
            El socialismo, en efecto, vuelve a encabezar el avance de la democracia en nuestro país con estas elecciones a las que seguirán, si la nueva dirección no decide lo contrario, las denominadas ‘primarias abiertas’ que servirán, con la participación de simpatizantes, para elegir candidatos a la presidencia del Gobierno, de las comunidades autónomas y de otras instituciones locales. Sobre el papel, y a la espera de que se regule definitivamente el procedimiento, estamos ante un paso valiente y generoso que habrán de seguir, probablemente, el resto de las organizaciones partidarias de cuyo funcionamiento interno se esperan avances democratizadores y más transparencia en la toma de decisiones. Por eso, habrán estado atentas a lo ocurrido en el seno del PSOE.
            ¿Serán conscientes los militantes socialistas de lo que representa ese paso? ¿De que es suya, y exclusivamente suya, esa responsabilidad? Han hecho tabla rasa (al menos, formalmente, para ciertas decisiones), han decidido libremente y habrán de continuar con un ejercicio comprometido y consecuente. Ojalá eso haya servido también de actitud reflexiva, es decir, para darse cuenta de que hay que enterrar el cainismo y cultivar el compañerismo. A ver si se percatan de que son reprobables ciertos métodos sectarios y ciertas prácticas excluyentes. Un partido político -en realidad cualquier organización colectiva- se construye con la suma de esfuerzos y de aportaciones, con lealtad probada a los principios ideológicos y a los postulados programáticos. Nada de eso impide la autocrítica, la pluralidad de criterios y los enfoques diversos pero, desnaturalizados con los personalismos y las ambiciones individuales o grupales (más tarde o más temprano terminan aflorando), producen efectos muy nocivos.
            Más autoestima y menos flagelo, que esa es otra. Así como la primera no debe ser entendida como complacencia o base de frágiles y acomodaticias convicciones, que esté claro que el látigo esgrimido para castigar a aquéllos con los que se discrepa o no se simpatiza es el mismo con el que se hace sufrir a una causa o a una organización que bastante recibe ya de adversarios políticos y medios que no reparan en gastos para doblegar al socialismo.

            Pidamos prestado a su director, Nicholas Meyer, el título de su célebre película, “El día después” (ese en el que no suelen reparar)  porque de las cosas relatadas, tan llanas pero tan abundantes en la praxis de la vida orgánica más próxima, es de lo que deben estar hablando los socialistas tras la histórica cita de ayer para afrontar el porvenir. 

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