viernes, 16 de mayo de 2014

MUSEOS, ALGO MÁS QUE UNA ASPIRACIÓN (I)

Resulta poco ortodoxo comenzar con una justificación pero es obligada después de una información periodística aparecida hace unas fechas con un titular muy similar al de esta intervención. Pedro Bellido, a quien agradezco esta oportunidad, junto a la Asociación de Amigos del Museo, puede dar fe de que el nuestro, cuando ni siquiera habíamos comenzado a redactar el texto, le fue facilitado semanas antes de que Diario de Avisos publicara que “La ciudad aspira a albergar un museo de arte urbano en la calle”, cita textual del título de la información aludida.


Ocurre que llegó Mueca, ese Festival Internacional de Arte en la Calle que, en el programa de la edición recién clausurada, incluía como una de las novedades Puerto Street Art, un proyecto de mejora del entorno urbano mediante intervenciones artísticas en paredes medianeras, para entendernos: murales de medio y gran tamaño que habrían de propiciar una contemplación distinta y llamativa, una creación -mejor, en plural: unas creaciones- para admirar. Los muralistas, en efecto, tuvieron oportunidad de plasmar sus obras sobre privilegiadas paredes, “sin cuadrícula ni proyección de un boceto”, como se apuntaba textualmente en la mentada información. Y eso ha dado pie a que se interprete que la ciudad aspira a convertirse en un museo de arte urbano.

El objetivo, desde luego, es plausible pero, para evitar suspicacias y sesgos, era obligada una precisión, no fuera que se rebuscaran connotaciones e intencionalidades que no obedecen a la realidad. Estamos aquí para cumplir con un encargo de amantes del arte, para ofrecer una visión de intentos museísticos en la ciudad, proyectos que se desvanecieron por distintos motivos y realidades que han significado un costoso esfuerzo de promotores e instituciones.

De modo que hasta la irrupción de ese museo en espacios que forman parte de la geografía urbana, habíamos pensado inicialmente que, entre aquella iniciativa de los fundadores y primeros dirigentes del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias y la reciente apertura del Museo de Arte Sacro de la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, han transcurrido unos sesenta largos años en cuyo curso se han entrecruzado voluntades y realizaciones, pero también frustraciones y discontinuidades. No sabemos cuáles en mayor cantidad pero sí podemos afirmar que los museos portuenses han sido una referencia de la vanguardia intelectual de la ciudad y de los afanes emprendedores de su gente para proyectarla, para dimensionarla culturalmente y para hacer efectivo aquel pensamiento del escritor y periodista turco, Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura en 2006: “Los museos de verdad son los sitios en los que el tiempo se transforma en espacio”.

Así, se han sucedido etapas de desarrollismo, de modificaciones del modelo productivo, de esplendor, de estancamiento y de decadencia, en las que el hecho cultural siempre pareció condicionado y hubo de buscar su propio espacio. Solo la perseverancia de unos cuantos hizo posible que germinaran algunas semillas de proyectos museísticos. Con ella surgieron recintos -espacios- donde admirar la creatividad artística, la investigación de nuestros orígenes, el coleccionismo y hasta los avances científicos y tecnológicos.

El crítico y docente Ricardo Arcos-Palma, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, estudioso de las relaciones arte-política, publicó en febrero de 2009 un interesante y reflexivo trabajo sobre “El museo en la era de lo global”, en el que después de insistir en la capacidad de procesamiento de las informaciones e interconexión, fuerza de comunidad y ciudadanía entre los usuarios de los museos, interpreta, ciñéndose al arte, la dualidad de Pamuk, al tiempo que da sentido a nuestra apreciación anterior:

“En estos términos -escribe Arcos-Palma- el espacio del museo de arte es un espacio en constante transformación y mutación que se adecua a las oscilaciones y tensiones culturales de nuestra época. Ya no tendría sentido pensarlo como algo que solamente tiene que ver con un pasado, con un ayer. Eso deberíamos dejárselo a los museos de historia que bien desarrollan esta función. El museo de arte, en tanto espacio cambiante, es un espacio reflexivo donde las nuevas tecnologías empiezan a generar una nueva relación con el mundo circundante. Querámoslo o no, nuestras sociedades de la información globalizada están enmarcadas dentro de un inmenso universo comunicacional. El arte y el museo de arte están atravesados por este mundo informatizado. Resta intentar pensar -concluye- un museo acorde a estas nuevas realidades y exigencias de un mundo cada vez más globalizado”.

Lejos se estaba en marzo de 1953, fecha de la inauguración de esta casa, de alcanzar esos niveles de globalización, pero ya se hablaba de fomentar las culturas española e hispanoamericana en la primera Memoria de su junta directiva y de exaltar el contenido apostólico y cultural de la Hispanidad, proyectándolo sobre otros pueblos.

La creación de un museo de pintura moderna animaba a los primeros dirigentes para la realización de aquellas finalidades. En la obra que subtitula Medio siglo de historia cultural, compendio de la trayectoria del Instituto publicado cuando éste cumplió en 2002 cincuenta años, el profesor Manuel Hernández González consigna los que debieron ser, después de las contiendas bélicas, los orígenes de museos portuenses propiamente dichos. Se refiere primero a un museo de pintura moderna; y detalla después, al aludir a la apertura de la sede, a dos museos que llevaban los nombres de Luis Diego Cuscoy y Eduardo Westerdahl, “el primero dedicado al campo de la arqueología insular y el segundo al arte contemporáneo… Dos significativas salas que hablaban a las claras de la vocación y de las ansias de proyección social de esta entidad”.

En su relato, el autor destaca los esfuerzos de la junta directiva, de modo que en 1955 queda abierta una sala museo con el nombre del brillante acuarelista Francisco Bonnín Guerín, en homenaje por su contribución a “ensalzar las bellezas de nuestra isla”.

Pero más reveladores son los pormenores de lo que algunos consideran el núcleo original de la actividad museal en nuestra ciudad: es el célebre Museo Gómez, donado por Juan González San Juan y Leticia Gómez de González. Escribe Manuel Hernández:

“Estaba compuesto por valiosas piezas del pasado aborigen, entre las que destacaba el enigmático Guatiman, encontrado en Güímar, colecciones de mariposas, de armas y de maderas de los montes insulares. Gómez fue un comerciante portuense que se dedicó a la venta de testimonios arqueológicos de los primitivos habitantes de las islas, por lo que constituyó un fondo de primer orden, que nació en principio de su interés por vender “lo exótico” a los turistas que visitaban las islas a principios del siglo XX”.

En la obra del profesor orotavense, se resume en un capítulo ilustrativo “La frustración de un proyecto museístico de primer nivel”, una suerte de querer y no poder con tal de alumbrar el Museo de Arte Contemporáneo en la que no faltaron divergencias e intrigas. Entre los promotores, Eduardo Westerdhal y Alberto Sartoris albergaron una mayúscula decepción. Hay que lamentar la pérdida parcial de los fondos, en los que, al parecer, había obras maestras. Los intentos finales, como la exposición del Grupo de los Doce, en diciembre de 1964, fueron estériles.

Pero por fortuna, quedó semilla sembrada. Y ésta ha dado frutos con algunos hechos gratificantes que están frescos, en la mente de todos. Se van a cumplir, el próximo junio, siete años de la inauguración del museo que lleva el nombre de una figura insigne de la cultura canaria, Eduardo Westerdhal, artista surrealista, creador, escritor y crítico de arte, muy vinculado al Instituto.

Fue el director de la siempre tan mencionada edición internacional de cultura Gaceta de Arte, fundamental para interpretar las vanguardias artísticas española y europeas. Se le recuerda también por haber sido el organizador de la primera exposición surrealista que se celebró en el mundo, en 1935, en el Círculo de Bellas Artes de la capital tinerfeña. Su intervención en la organización de la primera Exposición Internacional de Escultura en la calle, también en Santa Cruz de Tenerife, fue determinante. Buena parte de sus obras aún permanecen en vías y ramblas santacruceras.

Los actuales dirigentes del Instituto y los portuenses todos tenemos razones para sentirnos orgullosos de contar en este museo (con denominación abreviada, MACEW) con obras de artistas de gran renombre. La colección está distribuida en cuatro grandes áreas: una dedicada al surrealismo; otra al arte internacional en el período que va desde 1935 a 1964; una tercera al arte español de posguerra y finalmente, la que agrupa a autores canarios.

Después de cuarenta años, aquella aspiración se materializó en la remodelada Antigua Casa de la Real Aduana. La iniciativa propiciaba rendir tributo a la estatura creadora de Westerdhal y de otros sobresalientes autores, a la vez que saldaba, si nos permiten la expresión, una cuenta pendiente. Con el MACEW se ha logrado que el Puerto no pierda uno de los centros de arte que mejor puede proyectar su inquietud cultural e intelectual. Nos constan los propósitos de expansión para engrandecerlo. Solo cabe apoyar a quienes están en el empeño y esperan un resultado positivo de negociaciones con otras instituciones públicas. Solo decimos que ojalá no haya que esperar otras cuatro décadas para que fructifiquen.

En mayo de 1991, justo un día después de unas elecciones autonómicas y locales, abría sus puertas el Museo Arqueológico Municipal, ubicado en una vieja casona del siglo XIX, adquirida por el Ayuntamiento, que da a las calles San Felipe y Lomo. Durante un mandato municipal, nos tocó presidir el patronato que lo estructura. Con sus componentes nos percatamos del celo para investigar en nuestro pasado más remoto y para conferir al “conservacionismo” aplicado al arte el valor que realmente entraña.

Buena parte de sus fondos proceden de donaciones o aportaciones privadas. Celestino González Padrón, Telesforo Bravo Expósito, la familia Gómez y los herederos de Luis Diego Cuscoy son nombres destacados en la breve historia del museo. Hay una llamativa colección de cerámica aborigen, restos momificados guanches, utensilios, mapas, maderas, piedras, punzones y anzuelos de hueso. Esa colección constituye la mejor y más representativa muestra de alfarería guanche de toda la isla.

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