miércoles, 16 de abril de 2014

LA NECESARIA VOCACIÓN

Al cabo de cincuenta años de ejercicio profesional en el diario El Tiempo, de Bogotá (Colombia) se retira Daniel Samper, periodista y novelista, autor también de libros de humor, de recopilaciones y de actualidad informativa. Uno de los columnistas más leídos de su país, un todo terreno que nos deja, en el momento de decir adiós (¿no será mejor ‘hasta luego’?), algunos titulares que son, en sí mismos, una seria reflexión.
            “El periodismo no se improvisa. El periodista necesita vocación”, son dos de ellos. Se trata de dos ideas en las que hemos venido insistiendo en esta modesta aportación de análisis y autocrítica sobre lo que nos ha deparado la experiencia profesional. Veamos algunas apreciaciones en torno a su conexión y a los factores que la sustancian.
            El oficio, en efecto, precisa, cada vez más, de preparación y de formación. El compromiso con los destinatarios de la información y las exigencias de éstos, en plena era del imparable desarrollo tecnológico, generan tal grado de previsión que es difícil dejar algo al albur. Los grandes acontecimientos, las cumbres, las más complejas convocatorias, en cualquier ámbito, obligan a una preparación adecuada. La cobertura periodística de todo eso, en efecto, no se improvisa: al contrario, obliga a un trabajo extraordinario de preparativos. Hay que gestionar y, sobre todo, fortalecer todo ese ‘background’ de antecedentes documentales y testimoniales de todo tipo que sitúen a los profesionales y al propio medio en las coordenadas adecuadas.
            Ya lo sentenció Matías Prats Cañete, el inolvidable maestro, cuando advirtió que “la mejor improvisación es la que se prepara”. Quien se aplicaba en ello, desde luego, cosechaba unos resultados extraordinarios. El buen periodismo obliga a estudiar y a trabajarse los temas. Cierto que la inmediatez y hasta las mismas precarias circunstancias laborales condicionan esa obligación. Pero el profesional celoso, el que quiera progresar y ganar credibilidad, debe obrar así.
            Y eso se obtiene, en la evolución del proceso formativo, a partir de la vocación, un hecho primordial en cualquier actividad profesional, pero sin que la periodística estaría huérfana o forzada. O sería incompleta, sencillamente. La vocación es la que distingue del oportunismo, de los desvíos, de los vicios y de las conveniencias que terminan desnaturalizando los fines esenciales del periodismo. Se necesita vocación, claro que sí.
Lo reafirma el propio Daniel Samper después de confesar que no cree en el mal llamado ‘periodismo ciudadano’. Lo dice con palabras de fácil comprensión:
“Es muy difícil tener un periodista que no haya sido un buen lector y que no tenga pasión y formación por escribir. El ciudadano es una fuente de información para el periodista”.
Eso le lleva a ponderar al máximo lo que considera esencial:  la ética del periodista, su independencia crítica y su preparación como comunicador. Por eso rechaza la improvisación y exalta la vocación. Aquella como una manera de no hacer un periodismo riguroso y creíble; la segunda como un elemento básico para curtirse y abrazar una labor fundamental en la sociedad de nuestros días.

Y es que sin vocación, está claro, es difícil llegar a alguna parte.

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