sábado, 17 de agosto de 2013

MANCOMUNIDAD A LA ESPERA

“La Mancomunidad del Valle no es ningún  fósil” pretendía ser algo más que una frase de titular, publicado hoy hace treinta años en la primera página de “Jornada Deportiva”. Era el pensamiento principal con el que accedíamos a la presidencia: el entusiasmo, las ganas de hacer cosas en aquella entidad supramunicipal nacida a mediados de los años sesenta en un intento de mejorar la prestación de dos servicios básicos en la vida del valle de La Orotava de entonces: la recogida y eliminación de los residuos sólidos y la atención sanitaria desde las casas de socorro, lo que hoy serían los centros de salud de atención primaria.
            En aquellos días de agosto de 1983, dimos los primeros impulsos, uno de los cuales, por cierto, estaba orientado a la reincorporación del ayuntamiento de Los Realejos que había abandonado la Mancomunidad durante el primer mandato, al entender sus gestores que costaba demasiado para lo que realmente resolvía. Era una señal clara de lo que siempre ha faltado en la institución supramunicipal: una cultura específica sobre su funcionamiento, más participación, más visión de futuro y mayor solidaridad. De hecho, esas carencias se han mantenido, han latido -salvo honrosas excepciones- durante años y han frenado los nobles intentos de revitalizar aquélla para cohesionar las vecindades respectivas y abaratar, en la medida de lo posible, la prestación de servicios.
            Nos correspondió, mandato 1999-2003, una segunda presidencia de la Mancomunidad del Valle de la Orotava. Se había consolidado la integración de Santa Úrsula y se había materializado la reincorporación de Los Realejos. Era necesario actualizar los estatutos y se avanzó en ese sentido. Quedaron sentadas las bases: ahora se trataba de acreditar voluntad política y llevar a cabo decisiones que, políticamente, hicieran ver a la población que la entidad podía prestar unos servicios beneficiosos. La democracia había madurado y las corporaciones locales parecían disponer de un espíritu más aperturista, más constructivo en ese sentido. Y lo que es más: en determinado momento (1995) los alcaldes eran del mismo color político, lo que, supuestamente, facilitaba las cosas a la hora de entenderse y plasmar acuerdos.
            Hasta nuestros días, cuando todo parece condicionado a la suerte que definitivamente corran las mancomunidades de servicios en la nueva Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local, aprobada ya por el Gobierno y pendiente de la tramitación parlamentaria que hace augurar, cuando menos, una gran controversia a la vista de los disensos registrados durante la negociación del primer texto que contó, recordemos, con serios reparos del Consejo de Estado.
            Los responsables actuales de las corporaciones del valle representadas en el órgano ejecutivo mantuvieron, durante la primera parte del presente mandato, varias sesiones de trabajo con el fin de plasmar algunas soluciones, incluso experimentando en áreas como transportes, cultura o fiestas. Pero paralizaron sus afanes a la espera de saber qué pasaba con la nueva norma. Por cierto, el secretario de Estado de Administraciones Públicas, Antonio Beteta, declaró en su momento que la intención del Gobierno era suprimir todas las mancomunidades de servicios y que serían las diputaciones (no dijo nada sobre los cabildos) las que asumirían las competencias de los municipios que no cumplieran lo establecido en la Ley de Estabilidad Presupuestaria.
            Y ahí se ha quedado, a la espera, claramente, de despejar las incertidumbres y las incógnitas de la nueva Ley. Que no son pocas. De todos modos, no hay que hacerse muchas ilusiones con el futuro: superado el ecuador del mandato, a los munícipes interesa mucho más la ejecución del presupuesto y la culminación de algunas actuaciones, principalmente a quienes tengan planes de volverse a presentar en candidaturas locales. Aun así, deberían reflexionar, deberían avanzar teóricamente en planteamientos de futuro. Se apruebe la ley o no en los términos inicialmente redactados, el ámbito local va a experimentar una sustancial transformación en los próximos años y la misma requerirá de ideas y de una alta capacidad de gestión.

            Aunque ahora no se haga nada, por las limitaciones presupuestarias, por temor a la impopularidad o porque conviene seguir ceñidos a la política de campanario, al menos que sienten otras bases. Porque algunos debates, que algunas conclusiones deben aportar, como la reordenación del territorio o las dotaciones comarcales, van a efervescer.

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