martes, 20 de agosto de 2013

BELAIR, PECADO DEL DESARROLLISMO

Fue el símbolo del desarrollismo portuense por antonomasia. Un rascacielos. Construido en los años sesenta y ubicado en un punto estratégico del municipio, justo en uno de los accesos principales. A todo el mundo le parecía una desmesura pero lo cierto es que la fiebre turística subía progresivamente y nada parecía detener aquel afán edificatorio para ponerlo al servicio de la entonces denominada industria sin chimeneas. Era la expresión del poderío de entonces. El Puerto de la Cruz iba reafirmando una transformación considerable en el marco de su indeclinable vocación turística.
El rascacielos de la Punta de la carretera, el ‘Belair’, fue hotel en un complejo llamativo y modernista, con otros bloques para alojamiento de menor altura, piscina con amplio solario y una espaciosa zona verde en la que convivían pavos y otras aves. Su contemplación desde el borde de la carretera del Botánico y desde lo alto de la calle Las Damas se convirtió en un ejercicio común. El espacio lúdico de la azote se convirtió en uno de los más frecuentados de aquel ‘Puerto Cruz la nuit’. Una de las diversiones de entonces, ligues aparte, fue arrojar vasos, llenos o vacíos, desde tamaña altura, veintitrés pisos.
Con el paso del tiempo, la explotación del hotel dejó de ser productiva, razón por la que surgieron conflictos de propiedad. Hasta que se reconvirtió en una comunidad de bienes. Las habitaciones dejaron paso a apartamentos. Pero la alargada figura del ‘Belair’, remozado en los años noventa, seguía dominando muy buena parte de la ciudad. Menos mal que se optó por esa solución residencial y ese remozamiento pues si no, a estas alturas, sería la más gráfica expresión de la decadencia, un ícono de barro, un mastodonte abandonado.
Aún así, el edificio es capaz de agitar ánimos e impresiones estos días en las redes sociales. Se ve que sigue sin dejar indiferente a nadie. Se quejan muchos, y no les falta razón, de la edificación que constituye un impacto y resulta poco estética. Otros muestran su desolación al contemplar aquellas atractivas zonas ajardinadas.
Lo cierto es que el ‘Belair’ de los pecados del desarrollismo, cuando no había instrumentos de planeamiento ni nociones de disciplina urbanística ni controles de fiscalización, emergió y aún hoy exhibe su perfil gigantesco como señal de grandeza o esplendor de otra época.


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