jueves, 18 de julio de 2013

SALVEMOS SAN TELMO

“Salvemos San Telmo”: eso era lo que podía leerse en aquella sábana que colgaba del pequeño balcón de una vivienda. Un policía local –cumpliendo órdenes, seguro- se presentó en la casa y solicitó la retirada a su propietaria, amparándose en un artículo de la Ordenanza de Convivencia Ciudadana.
        A alguien, a algunos molesta que los ciudadanos tengan sensibilidad e inicien, con rudimentarios e inocuos métodos a su alcance, una particular cruzada a favor de una causa respetable: impedir el derribo o la sustitución de un muro que tiene sus valores históricos y ha cumplido una función social. Fijarse bien: la propietaria de la vivienda, la autora del mensaje o de la pancarta, no recurrió a escraches, no alteró el orden, no hizo llamamientos a la desobediencia, no insultó, no descalificó: se limitó a decir, con voz propia, desde su casa, que discrepa de un proyecto, que quiere salvar un sitio emblemático de los portuenses, de la ciudad cosmopolita donde ahora, qué cosas, intentan impedir que exprese esa idea. Guardarlo de una remodelación discutible. Pretende, como otros ‘santelmeros’ y otros muchos ciudadanos, que se respete lo esencial.
        Es llamativo que un gobierno local se haya embarcado en esta torpeza y haya determinado retirar una pancarta cuando, desde hace años, son centenares, por no decir miles, los letreros, banderines y carteles que pueblan las vías portuenses que no cuentan con la debida autorización.  Y lo que es peor, cuando la mayoría infringe el ordenamiento: por formas, medidas o inadecuada instalación. Por no hablar de la anarquía que impera en la ocupación de la vía pública que ha puesto en peligro el propio tránsito peatonal en distintos puntos de la ciudad. Y por no mencionar la cantidad de edificaciones donde desde el exterior se ve ropa tendida, antenas y utensilios de la más variada naturaleza. Sin que pase nada.
        O sea, que con tales –digamos- irregularidades, con esa pléyade de infracciones, vista gorda, tolerancia, indiferencia, indolencia… Pero con alguien que desde un balcón propio lanza un mensaje constructivo y apela a la conciencia colectiva, un guardia en la puerta y una orden de retirada de la pancarta, pretextando, para salvar el Estado de derecho, una ordenanza municipal. Sentado el precedente –supongamos que se quería evitar la proliferación de este método- ya no tiene otra opción que ser igual de exigente con la multitud de casos que se dan en el ámbito urbanístico.
        Como siempre, decisiones de este tipo, y máxime en los tiempos que corren, despiertan sentimientos paradójicos. El gobierno local ha contribuido a estimular la sensibilidad ciudadana, ha acentuado el interés hasta de quienes no sintiéndose vinculados a San Telmo, ya estampan sus rúbricas en pliegos de firmas y se sienten impelidos a participar en reuniones o presentar alegaciones. O sea, que lejos de acabar con una inquietud retirando una pancarta, ha hecho que aumenten las simpatías hacia esa “salvación”, como no hay más que comprobar en el curso de estos días en las redes sociales.
        No había necesidad de acreditar autoridad –en todo caso, qué fácil es obrar de esa manera- ni de arriesgarse a ser acusados –como ha ocurrido- de impedir la libertad de expresión. “Salvemos San Telmo” es una aspiración ciudadana merecedora de respeto. Dejar la sábana allí, con su mensaje, no tenía más complicaciones derivadas que otros secundaran la iniciativa. Y hubiera sido formidable, créanlo, en un municipio donde durante mucho tiempo sus habitantes pasaron de los afanes participativos a la indolencia y a la anestesia social, comprobar que se multiplicaban las pancartas con el mismo mensaje.
        Porque hubiera sido una señal, solo una señal, de que se había recuperado la autoestima.

        En fin, va a ser que sí: Salvemos San Telmo.

1 comentario:

Jesús Hernández dijo...

Son las últimas demostraciones de ciertas actitudes de años idos por parte de quien pretende morir matando.