martes, 30 de julio de 2013

DESIDIA

Ponemos atención a lo que sucede en Detroit (USA), una ciudad arruinada, según definición mediática, y no reparamos en que, salvando las distancias, el número de habitantes y los sostenes productivos, tenemos al alcance, o convivimos para ser exactos, con ejemplos de abandono o cierres de establecimientos que, independientemente de reflejar la decadencia de una ciudad, hacen temer por el futuro de la misma, principalmente a partir de sus señas de identidad o de su personalidad urbanística.
            Lo contrastamos en el paso por la calle San Juan del Puerto de la Cruz, donde el exterior de la Casa Iriarte, frente al palacio de Ventoso y la plaza Concejil, es un canto vivo a la desidia. Es un impacto antiestético, a primera vista. Después, todo lo que se quiera colgar: ni la condición céntrica del inmueble impide que haya sobrevivido a la crisis. De no haber sido por los trabajos de pintado y adecentamiento de fachadas del último plan específico desarrollado en el centro de la ciudad, que ha servido de atenuante, ahora estaríamos hablando de un monumento al abandono y a la indigencia.
            La Casa Iriarte es un arquetipo de la arquitectura tradicional canaria. Construida a finales del siglo XVIII, en ella nacieron los hermanos Iriarte, destacados, como se sabe, por su tarea literaria y política. Otra poderosa razón para haber hecho hincapié en las tareas de conservación y mantenimiento. Pero este concepto, en el Puerto, es la asignatura que nunca se aprobará. La edificación, durante décadas, albergó un museo naval de apreciables dimensiones y una tienda de artesanía, productos típicos y souvenirs. Llamada a ser un edificio emblemático, sin duda, Casa Iriarte, si la memoria no es infiel, ha sido declarada Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Sitio Histórico. El Consorcio de Rehabilitación Turística también la ha incluido en sus fichas de conservación o recuperación, junto a otras edificaciones, a la espera de priorizar intervenciones, supeditadas, naturalmente, a las circunstancias.
Con todos esos valores, el inmueble, de propiedad privada, se cae, se pierde en los insondables vericuetos del abandono. Aquella no habrá podido hacer frente al mantenimiento y al desgaste, no habrá gestionado adecuadamente los recursos para subsistir. Y las instituciones públicas, apremiadas por otras circunstancias, han carecido de visión, de capacidad y de perspectivas de futuro para salvar, en este caso, una casona canaria de tipo palaciego de alto valor histórico, indispensable para interpretar la personalidad urbanística del municipio.

            El problema, ya se sabe, es que pasa el tiempo y eso, salvo algún golpe favorable, hace más complicada cualquier iniciativa de solución. Eso es lo grave: que independientemente del deprimente aspecto exterior que ahora exhibe, se pierda para siempre. Donde nacieron los Iriarte, ni más ni menos.

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