lunes, 11 de marzo de 2013

SOBRESALIENTE ALFREDO


La directora adjunta de La Razón,  Carmen Morodo, le definió como “un maestro de la oratoria”. Pero en Facebook , un usuario de los que intervenía en el seguimiento de la entrevista, escribió que “el pasado pesa y con buenas palabras ya no se llega a ningún lado”.
         El caso es que Alfredo Pérez Rubalcaba, secretario general del PSOE, salió bastante airoso de una larga comparecencia en uno de los programas estelares del fin de semana televisivo, El Gran Debate (Tele 5), cuyo conductor explicó que el jefe de la oposición había acudido sin condicionantes previos de ninguna clase, ni de periodistas ni de preguntas o asuntos. Que se pondere o destaque tal hecho es natural, después de todo lo que ha venido ocurriendo en la presente legislatura en la relación mediática con el Gobierno, especialmente con el propio presidente.
         Era una especie de recta final para Rubalcaba, que daba la cara aun fresco y abierto el deprimente episodio de Ponferrada (León), y después de lo sucedido con los socialistas catalanes y gallegos que decidieron ir por libre y dar jaque en asuntos trascendentes no sólo para el devenir político en Catalunya sino para la propia organización, enfrascada en un debate ideológico que, teóricamente, debe significar una renovación y un salto cualitativo en los modelos de sociedad y política que ha de acometer en el futuro inmediato.
         El secretario general de los socialistas españoles estuvo tan diestro como en aquel debate electoral de noviembre de 2011 cuando utilizó toda la esgrima dialéctica ante un adversario que, de antemano, se sabía ganador, por muy mal que le fuese. Aquella noche Rubalcaba preguntó, pidió, solicitó, inquirió… Quería saber qué iba a hacer el candidato conservador con cuestiones que importaban para el futuro de los españoles. Se le llegó a acusar de entrevistador-fiscal. Que recordemos, no hubo muchas respuestas concretas. Por ello fue el anticipo, fueron los preliminares de una peculiar trayectoria gubernamental, caracterizada por los incumplimientos o por la ejecutividad totalmente contraria a lo que, entre vaguedades e indefiniciones, ofertaba o programaba.
         Pero ciñéndonos a la entrevista de Tele 5, pulcra en las formas, se vio un político baqueteado, comprometido, sin rehuir, franco, autocrítico, persuasivo y contundente. Fue respetuoso, valiente, tolerante, más descriptivo que calificador en los asuntos más delicados. “El día que deje de sufrir con los problemas de la calle, dejaré la política”, acaso fue la confesión más sincera de quien se sabe al frente de una organización que debe mantener vertebrada y cohesionada en las horas más difíciles de la democracia española desde 1977 y de la propia política, que no puede prescindir de los valores que atesora el secretario general de los socialistas españoles, independientemente de que esté gastado o se le considere como una rémora del pasado más reciente.
         Alfredo Pérez Rubalcaba, que se mantuvo firme en  sus convicciones europeístas, que abogó por un modelo económico alternativo, que defendió el diálogo para hacer encajar la organización político-territorial del Estado, que reafirmó la lucha contra la corrupción, que reconoció los tiempos borrascosos para la política y que fijó la posición -tras el reconocimiento de un error- ante el nuevo alcalde de Ponferrada, exhibió sus dotes dialécticas, claro que sí. Pero más importante fue la impresión de haber transmitido con solvencia lo que los suyos y los progresistas quieren oír, aunque muchos habrán quedado insatisfechos, naturalmente.
         Y es que un político, por muy sabio que sea, no contenta a todo el mundo. Aunque, como Alfredo, haya estado sobresaliente.

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