miércoles, 13 de febrero de 2013

FORTINES APACHE


Ha dicho Rosa Montero en jotdown.es que “las redacciones se han terminado convirtiendo en fortines apaches”, ilustrando así el proceso vivido en el periodismo español durante las dos últimas décadas, período en el que “los medios de comunicación, las estructuras se han vinculado demasiado a los grupos políticos”. Ahora que las finanzas internas del partido gubernamental están dando tanto que hablar y su tratamiento permite contrastar a diario las tendencias y las líneas informativas que siguen los periódicos, seguro que acierta de lleno la periodista y escritora madrileña. En plena crisis de empresas y medios, de la profesión periodística en fin, un asunto de esa naturaleza propicia el rescate del género de investigación, tan en boga en otro tiempo y últimamente, por diversas circunstancias, muy apagado. Trabajar en esas condiciones, presionados por las circunstancias, urgidos por la necesidad de verificar las fuentes hasta el tuétano antes de escribir y editar nada, apremiados para que la credibilidad caracterice el producto y preocupados para mejorar las prestaciones de la competencia, y encima escrutados por las millonarias audiencias audiovisuales que quieren llegar al mismísimo fondo de la cuestión y del método que se sigue, trabajar así, decíamos, tiene que ser muy sacrificado.
            Es verdad que el periodista debe saber moverse en el alambre y que temas como el que ocupa la mayor parte de la actualidad de las últimas semanas son los que verdaderamente desea para poner a prueba su capacidad y madurar en el ejercicio profesional. Pero las circunstancias son muy peculiares, tanto como para ser conscientes de lo que significa informar y opinar con el máximo rigor ante exigencias evidentes. Por un lado, apasionante: la jungla intrincada en la que hay que avanzar, adrenalina a tope. Por otro, sentido deontológico de la responsabilidad y de la trascendencia: posiblemente, estemos ante un episodio de la historia democrática de España más delicado que el mismísimo 23-F.
            Entonces, brota ahí ese paisaje de Rosa Montero, esos fortines apache donde hay que resistir y contratacar, operativos de defensa, donde hay que estar organizados para librar la pugna horaria y diaria, con uno mismo, con los núcleos de información que se resisten y se van encerrando en sí mismos, con los contactos que, dada la evolución de los acontecimientos se van desmarcando, con los consultores que igual se construyen una situación a conveniencia o les gusta que su tesis sea la que prevalezca en titulares o en el texto final… Claro que hay flechas y fuego cruzado, quién sabe si hasta fuego amigo. Mensajes que vienen y van, ajustados o intencionados; documentación en la reserva; testimonios para acreditar una información anterior; expectativas pendientes de una última prueba o de una persuasión definitiva…
            Pero esa es la redacción candente, viva y dinámica. Ese es el periodismo librado en las calderas, en el lugar donde es verdad que, por distintas razones, como dice Montero, se han agrandado “problemas pequeños que no eran los problemas de la realidad de los españoles, haciendo un guirigay de una mota de polvo, convirtiéndola en una bola de nieve”. Ahí, en esa sala de deliberaciones y de ordenadores, de infinitas consultas y de innumerables y heterogéneos ‘rings’ telefónicos, de informaciones y pensamientos volcados entre premuras horarias, ahí “se ha perdido el sentido de lo real”, según la periodista, para “no ver lo que la gente necesita en la calle”.
            No es el caso, teniendo en cuenta la dimensión del asunto que nos ocupa, pero esto, ciertamente, es lo peor que puede suceder: no sintonizar con las demandas ciudadanas, con lo que verdaderamente importa a esa otra masa que está hastiada de la política y de quienes la manejan a conveniencia y aguarda soluciones de la propia política que no leen o no escuchan ni ven en las páginas ni en los informativos.
Seguro que más de uno se pregunta por qué no salen. Quizás porque en el fortín haya flancos que sólo piensan en la cuenta de resultados. Es la otra realidad.



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