sábado, 13 de octubre de 2012

POESÍA EN LOS RECODOS


Se llenó el salón de exposiciones del MACEW -por cuyos ventanales penetraba el alisio que mitigaba la temperatura y la humedad desacostumbrada de octubre- para escuchar el pretexto de Julio Llamazares con tal de viajar. Y plasmarlo, claro.
            No había barcas en la orilla del muelle pesquero donde unas mujeres apuran las últimas jugadas del bingo cotidiano. Juega España pero no hay televisión ni se escucha, siquiera en la lejanía, como esperábamos, el sonido radiofónico. El camino del ‘hacedor de fábulas’ que definiera Nicolás Rodríguez, en su presentación del acto académico conmemorativo del 12 de octubre en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, estaba expedito.
            Otro viaje de Llamazares, no en forma de conferencia al uso, para revalidar su pasión por el “género guadianesco” con que bautizó a la literatura de viajes. Precisamente, una primera parte improvisada, descripción de que, a menudo, es suficiente la imaginación para realizar cualquier trayecto y darle forma literaria, situó al escritor frente a su experiencia canaria, unida por las modalidades de lucha que se practican con similitudes aquí y en su tierra, León: un molinero paisano llegó a medirse con el mítico luchador grancanario, Faro de Maspalomas, un gigante al que derrotó tras lanzarse “como un gallo” sobre él. Se lo contó y Julio Llamazares amasó así su imaginada realidad de las islas, entre volcanes y gigantes. Hasta que descubrió en el Puerto de la Cruz -donde solían llegar los casos perdidos- a Juanín, otro coterráneo, otro “bala” entregado a la buena vida en la época de esplendor de la ciudad, pese que todo el mundo lo lamentaba (“¡pobre Juanín!”) aunque el hombre terminó haciendo el camino de regreso y fue recibido inopinadamente por el propio escritor, tras escuchar un significativo “creo que aquí es”.
            Y hasta que descubrió a Juan Cruz Ruiz, presente en el acto, por cierto. Apreció bien la biografía y la producción del ilustre paisano, de modo que volvimos a escuchar el ruido del motor del camión familiar y a repasar mentalmente ‘la foto de los suecos’.
            Es que en la literatura de viajes, las situaciones y los personajes van surgiendo, seguro que desordenadamente, según el itinerario. Julio Llamazares lo explicó en una segunda fase durante la que leyó un texto casi reivindicativo. Cierto que el género es tan viejo como el mundo. “Es literatura en estado puro y la que mejor simboliza al resto”, dijo convencido antes de trazar una breve evolución, del desinterés al auge y del auge al predominio de la novela. Desgranó el autor -nos resistimos, siguiendo su advertencia inicial, a llamarle conferenciante- las razones por las que hay que entender la razón de ser de la literatura de viajes: “La poesía que guardan los recodos”.
            Son los recodos que atraviesa -y donde queda- la pasión de quien viaja por esta cualidad, para diferenciarse del turista al que se lo imponen o lo hace por placer. Y es que el viaje es un pretexto para soñar, siquiera para no llegar a ninguna parte, como finalizó el autor leonés.
            Su obra -traducida a más de veinte idiomas- dignifica el género, por muy guadianesco que sea, y atrae a quienes imaginan los mundos que acaso nunca recorrerán. Salvo en las páginas -y en las palabras- de Llamazares.

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