sábado, 28 de julio de 2012

HACIA LA HISTORIA, POR LA ENSEÑANZA


La cosa empezó con noticia y petición.
El propio autor, Juan Bosco, dio a conocer que su novela, La lista (Principal de los libros) ha sido seleccionada para las lecturas y trabajos de los escolares canarios durante el próximo curso. Bien.
Uno de los asistentes pidió que actos como el que iba a celebrarse estuvieran exentos de formalidades y protocolo. Solicitud estimada. Y verificada. Bien.
Fueron dos notas de la convocatoria de una merienda en Casa Egon (La Orotava), una de las localizaciones del cada vez más comentado libro de Juan Bosco. Una experiencia, una búsqueda, un oasis en el desierto de la crisis… Resultados satisfactorios. Hablar sobre la novela, comentarla, pero también sobre la cultura, la bibliografía, la educación, la historia… Y hasta una suerte de reivindicación: la enseñanza, objeto de mayor atención y de mayor sensibilidad, la necesidad de esmerarse, la corresponsabilidad y el compromiso de quien la abraza.
Hacia la historia por la enseñanza. La erudición de Eligio Hernández la impulsó sin regatear el entusiasmo que le producía compartir aquel acto, “el mejor regalo de cumpleaños que me podía encontrar”, haciendo gala de su erudición histórica. Crítico, con la derecha y la jerarquía eclesiástica; autocrítico, con su partido “que se ha olvidado de las Casas del Pueblo como lugares donde se aprendía la historia”; analítico “del nocivo papel de algunos medios de comunicación, especialmente los televisivos” e incentivador de los afanes “de los creadores, de los docentes, de quienes encuentran en la cultura un arma contra la desazón y el pesimismo”.
Eligio fue uno más de los que arroparon a Juan Bosco que seguro no pensó que las tiras de almendra y los tambores de avellana, dos de las especialidades confiteras a las que da vida en su novela, iban a ser objeto de deleite para animar aquella merienda. Eligio, compañeros de estudios, profesoras, amigos, lectores… hablando, opinando y escuchando. La lista les convocaba para seguir descifrando algunas de sus claves, para revelar algunos trances de su elaboración… y para superar prejuicios, caray, que eso es lo que hace feliz al autor, más allá de los juicios que merece su obra.
Punto aparte para la enseñanza y la historia. Queja de los docentes, por un lado, sobre la imposibilidad material de tiempo para impartir la historia como realmente se merece. Apelación a los padres y a los mismos alumnos para que, desde la propia comunidad educativa, se haga llegar a los responsables la necesidad de revisar planes y programas con tal de colocarla en el lugar que corresponde. Opinión sobre algunos sistemas comparados de enseñanza. Y convergencia en torno a la importancia del conocimiento histórico para sensibilizar al alumnado y para que no se muestre indolente ante hechos en los que pudo haber parientes suyos participando.
Las intervenciones fluyeron con atención y respeto. Era claramente la contraposición de la memoria y el olvido, trufado éste de inmovilismo e indolencia. Una novela parece estar obrando cierto milagro, allí precisamente donde predominó el miedo, donde el gran manto de silencio se extendió para impedir -hay que volver a decirlo- el conocimiento de la historia. Hay personas que se han enterado de un fallido atentado al militar golpista, allí tan cerca de donde nos encontrábamos, gracias al texto de Juan Bosco.
Casi tres horas intercambiando criterios, conociendo episodios, rememorando fragmentos y citas, exponiendo pareceres… Sin maniqueísmos, sin imprecaciones. Casi tres horas que fueron un paso para entender que aún queda vida más allá de la política denostada y de la recesión galopante.
De manera informal, como querían unos asistentes. Dando vida a la proyección, de la obra de Juan Bosco y de su dimensión. Como quiere el autor. Como van configurando quienes se acercan a ella y terminan participando de alguna manera.
Un oasis, sí.

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