sábado, 14 de julio de 2012

DESASTRE CÍVICO


Con el título Fiesta, sí; desmadre, no, en julio de 2010 publicábamos un artículo en el que glosábamos la preocupante deriva del martes de la embarcación en el programa de las Fiestas de Julio del Puerto de la Cruz. Pese al innegable fondo constructivo con que estaba escrito, no gustó a algún responsable que habrá tenido que reconocer que no íbamos descaminados, tal fue así que, justo un año después, lo reproducíamos aportando nuevas apreciaciones que servían para contrastar la necesidad de tomarse en serio una dimensión lúdica de considerables proporciones que no sólo desnaturalizaban ambientes y tradiciones de ese portuense martes por antonomasia sino amenazaban con desbordar la propia capacidad de la ciudad y sus recursos para absorber una superpoblación coyuntural con ganas de diversión fácil en un ambiente propicio así como la organización misma.
Lo ocurrido el pasado martes en la ciudad confiere plena vigencia al artículo reproducido y pone en evidencia que se han confundido los planos: un macrobotellón, una aglomeración de miles de personas, muchas de las cuales consumen alcohol y se divierten con frenesí desde primeras horas de la mañana, han sustituido el fervor religioso y los aires costumbristas de la jornada. Cualquiera diría, siguiendo escrupulosamente el curso y los acontecimientos de la misma, que el Puerto está en crisis, que andamos en crisis. Vaya manera, desde luego, de “sufrirla”.
Esa superposición de planos alienta el dilema de la incompatibilidad entre los valores convencionales o tradicionales y los nuevos modos de diversión, incentivados por hechos a la larga perniciosos, como pueden ser la instalación de barras de despacho en los exteriores de bares y cafeterías, suplementadas con música que, por ritmo y volumen, según se quiera, espanta o anima. Es evidente que, en algunas fases, la incompatibilidad es manifiesta. Y como cuando se quiera curar o arreglar, en las condiciones que son fáciles de adivinar, ya sería tarde, lo mejor es prevenir, educar y corresponsabilizar. Era nuestra tesis de los artículos anteriores sobre el particular: el tiempo nos ha otorgado la razón.
Este desastre cívico que fue el martes -“cualquier portuense se siente avergonzado”, dijo encendido, en una tertulia de la plaza, un profesional de la construcción habitualmente muy dolido con los males que aquejan a la ciudad- fue de tal calibre que la alcaldía hubo de emitir un comunicado, cuando ya las redes sociales eran un clamor y los medios de comunicación daban cuenta de los hechos casi como una crónica de sucesos, apelando a medidas futuras para evitar una mayor degradación de la fiesta. Algunas de ellas, por cierto, como no despachar alcohol a menores, sobran. Ya están en normas, queremos decir. ¿Y la ordenanza, aquella célebre ordenanza que regulaba y penalizaba, supuestamente, ciertos hechos y ciertas infracciones? ¿Alguien se acuerda, alguien ha hecho algo por rescatarla e intentar aplicarla?
De modo que, causado ya el daño, servido ya el desmadre, mucho habrá que trabajar para reconducir la celebración y recuperar sus valores cívicos, entre los que están, por supuesto, los de la participación y la diversión. Y esa tarea no es sólo edilicia. Entidades sociales, colectivos sectoriales, los propios responsables religiosos y expertos o estudiosos de celebraciones festivas masivas deben afrontar lo que es un problema cuyas consecuencias futuras son impredecibles. Cualquier cosa puede suceder si brota una chispa, si ocurre un incidente.
Hay que distinguir los planos si no queremos revivir chifladuras de Berlanga, si pretendemos corregir el desmadre. O se llena de contenido y de paso se renueva el programa festivo -¿no es una jornada alusiva al mar?, pues venga, a imaginar la de cosas que se pueden hacer junto a él-; o se ambienta adecuadamente la celebración, impidiendo la proliferación de factores que la distorsionen; o se respeta la manifestación religiosa -sin necesidad de retroceder a rígidos esquemas del pasado- o mucho nos tememos que el desmadre cívico de 2012 -desgraciadamente, así pasará la historia- se acentuará.
Con penosas e indeseadas consecuencias, claro.

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