sábado, 16 de junio de 2012

DE UNAS CASETAS Y DE UN PRETENDIDO DERRIBO


Sin otro ánimo que el de aclarar y evitar que una afirmación se dé por hecha cuando no es cierta, escribimos hoy a propósito de una información publicada en Diario de Avisos (miércoles 13 de junio), relativa a las instalaciones edificadas al final de la avenida Colón, junto a la playa Martiánez, parte de la cual reproducimos:

“Lo mejor sería tirar las casetas de Martiánez”. Así de claro se mostró ayer el alcalde portuense, Marcos Brito, durante una rueda de prensa celebrada en el consistorio durante la cual manifestó su parecer sobre la utilidad de estas instalaciones.
Además, indicó que “ya se ha pedido el permiso a la Dirección General de Sostenibilidad de la Costa y el Mar y cuando lo tengamos veremos cómo buscar los recursos para derribarlos, aunque para algunos será una barbaridad”.
Estas construcciones, levantadas durante el Gobierno de Salvador García (PSOE), han estado siempre en el debate debido a su supuesta utilidad, rentabilidad e impacto medioambiental, y siempre han enfrentado al gobierno y a la oposición…”.
Hemos de negarlo. Al acceder a la alcaldía, en 1999, ya estaban edificadas, formando parte de un proyecto de acondicionamiento del dominio público marítimo-terrestre, financiado con fondos del Estado desde los mandatos anteriores. Estaban adscritas al objeto social de la sociedad Pamarsa, que las explotaba.

Desde las primeras semanas de aquel mandato (1999-2003), ya había opiniones que eran partidarias de derruir las construcciones y se escucharon voces del sector turístico con soluciones alternativas. Nos negamos, no sólo respetando la solución arquitectónica dada, sino tratando de reactivar, desde Pamarsa, el funcionamiento de las instalaciones, pues entendía que una actuación ejecutada con fondos públicos no podía ser derribada tan alegremente por apreciaciones estéticas a poco de ser materializada.

Y en eso fue lo que nos aplicamos. En acondicionar las instalaciones y prepararlas para su funcionamiento. Recordamos que en las primeras semanas de aquel mandato, cuando ya en el lenguaje popular portuense se iban imponiendo las expresiones ‘búnker’ o ‘gañanías’ para identificarlas, nos reunimos con empresarios y agentes turísticos, uno de los cuales se mostró claramente partidario del derribo y su sustitución por una caseta de tipología canaria. En ese momento y en una rueda de prensa posterior, dijimos con toda claridad que no nos parecía ético ni consecuente afrontar, por discrepancias estéticas, la destrucción de una obra recién concluida realizada, además, con fondos públicos. Y que había que esmerarse en la puesta en funcionamiento para comprobar si se generaba una actividad que rompiera con las malas vibraciones que el impacto producía.

Los técnicos, los responsables de Pamarsa y otros colaboradores se afanaron pero las características de la localización y la propia distribución interna de las instalaciones no ayudaban. Mientras los extranjeros parecían sentirse más o menos a gusto, la población local no las aceptaba, de modo que los atractivos fueron mermando, principalmente en época invernal.

Y éste es la historia. Siempre hemos asumido nuestras responsabilidades pero, sin ánimo de polemizar, hemos de desmentir los hechos que se nos atribuyen que en este caso  no son ciertos ni exactos.

Es curioso que el actual alcalde diga que tal derribo “será para algunos una barbaridad”. Lo dejamos ahí.

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