lunes, 11 de junio de 2012

CLIENTELA TURÍSTICA

Ahora resulta que los turistas ricos y pobres -¿dónde estarán aquellos de alto poder adquisitivo, recuerdan, cuyo segmento había que captar?- convergen al preferir un modelo de sol y playa. Las conclusiones de un estudio hecho por la consultora IPK, encargado por la feria turística ITB, de Berlín, a la que acuden anualmente instituciones públicas, empresarios y agentes del sector turístico canario por entender que, junto a la de Londres, es la más importante de Europa, un auténtico termómetro de las tendencias de los mercados, las conclusiones -decíamos- señalan que, en la relación entre el nivel de ingresos y los viajes al extranjero, los grupos de ingresos altos y medio-altos realizan el 69% de esos viajes, en tanto que los grupos de ingresos medio-bajos y bajos efectúan el 31%.


El nivel de ingresos, según especifica IPK, se establece a partir del poder de compra en los respectivos países de cada grupo. En tiempos de crisis, los turistas digamos más adinerados siguen viajando igual o más, pero tanto a los ricos como a los pobres les gustan los mismos tipos de vacaciones.

O sea, que tenemos nuevos elementos para ese debate en el que turísticamente nos hemos entretenido durante los últimos tiempos. La tendencia, ya saben, era que, dando por casi agotado el modelo de sol y playa, era necesario encontrar una alternativa, principalmente en aquellos destinos donde las horas de sol podían disminuir o donde la oferta habría de enriquecerse con criterios de especialización y proliferación de actividades.

De acuerdo con el informe de IPK, durante la crisis se ha demostrado que los que aún pueden tomar vacaciones, escogen la fórmula más convencional, es decir, los encantos de una naturaleza generosa.

De ello se deduce que hay que hacer un uso racional e inteligente del litoral. Cuidarlo y preservarlo se convierte en un objetivo irrenunciable, pues con las costas o las playas y las infraestructuras balnearias o parques marítimos el entorno urbano de la planta alojativa resulta ser uno de los elementos de mayor relieve en la experiencia del visitante, sobre todo si piensa en repetir. Y eso no riñe con la búsqueda de una oferta complementaria que ha de contribuir, sobre todo, a diversificar la productividad económica, o lo que es igual, a distribuir el gasto potencial del cliente turístico entre más agentes y en más lugares del territorio.

Otra de las conclusiones del interesante estudio de la consultora que nos ocupa estriba en que las personas que viajan, de clases altas y media-altas, si bien ‘invierten’ más en sus desplazamientos (una media de 930 euros), hay una parte importante, el 38%, que gasta sólo una franja entre 250 y 700 euros. Ello es un indicador de una significante sensibilidad al factor precios que se da entre los turistas con más recursos económicos.

Claro que esas preferencias similares en la búsqueda de lo que realmente quieren y la legítima aspiración de producir un gasto mayor de quienes nos visitan obligan al sector a cuidar los valores de una productividad económica que ha de mejorar su competitividad.

Eso determina o exige tener visión y estratégica y predicar con ejemplos de sostenibilidad para captar segmentos de clientela de toda condición.



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