miércoles, 25 de abril de 2012

LAS REDES SON LAS QUE VERTEBRAN

Lo ocurrido con el Rey don Juan Carlos es un punto de inflexión. Ya nada volverá a ser como antes, sobre todo, mediáticamente hablando. Desde el punto de vista institucional y social, ya se verá. Aún estamos en una primera fase de comportamientos inapropiados, de esa que la propia Casa Real llamó conducta poco o nada ejemplar para referirse a los hechos que han dado lugar al escándalo Urdangarín y de la propia digestión del acto público de contrición de Su Majestad.

Pero ha dejado de ser intocable cuanto rodea a la monarquía, por lo demás muy respetada y que hasta hace poco, comparada con otras realezas, había ofrecido escasas situaciones aprovechables como carnaza. Los hechos que se acumulan, fruto de circunstancias que concurren en una dirección poco favorable, vienen dañando sensiblemente la institución, su imagen y su credibilidad. Y como, por desgracia, somos un pueblo poco dado a reconocer los servicios prestados, el papel de la evolución sociohistórica y hasta la simbología práctica en la convivencia cotidiana y plural, atentos todos porque se pierden las empatías (“yo soy juancarlista”, ¿recuerdan?, o el más reciente “me declaro monarquicano”) y se complican las cosas en pleno crecimiento de penurias y tribulaciones. Y en pleno desarrollo de la sociedad de la información o del conocimiento.

A propósito, en ese proceso, Juan Luis Cebrían, consejero-delegado del grupo Prisa y presidente del periódico El País, ha venido a decir que “la prensa ya no vertebra la opinión pública”. La razón de su afirmación es el perdón regio, un perdón inducido: “Si el Rey ha pedido perdón, no ha sido por los medios sino por lo que se reflejaba de él en los medios sociales”, ha señalado Cebrián. Dando por buenos los dos asertos, estamos, desde luego, ante un cambio inimaginable, ante otro disparo a la línea de flotación de los esquemas periodísticos y de comunicación. Nuevas tecnologías, nuevas plataformas que liberan y multiplican. O lo que es igual, cada vez más menguada la capacidad de los medios y las fórmulas tradicionales.

El fragor o la efervescencia registrados en las redes sociales al conocerse los sucesos de Botsuana no tiene parangón en nuestro país. Fue una reacción multitudinaria, de desagrado, de rechazo, de malestar. Y los medios y los periodistas fueron a remolque. Es en lo que Cebrián fundamenta el cambio de papel del periodista. Es un nuevo vértigo que anula casi por completo el poder de la prensa, el que se llamó -y hasta inapropiadamente se sigue llamando- cuarto. Y dando un paso más, llega a cuestionar la intermediación del papel de la prensa entre la sociedad y el poder. Claro: no es fácil deducir con esos considerandos que “la pérdida del prestigio de la democracia tiene que ver con la de los medios y viceversa”, tal como ha dicho quien fuera el primer director de El País.

El planteamiento de fondo, “la prensa ya no vertebra la opinión pública”, es delicado y merecedor de debate y reflexión. Quienes ejercemos el oficio hemos de ser conscientes del imparable avance de una sociedad que, aún heterogénea y dispersa, tiene a su alcance una monumental e ingente herramienta (Internet, las redes digitales) para expresarse por sí misma, para manifestar sus criterios sin aguardar el papel asignado al periodista que, teóricamente, los interpretaba y trasladaba.

Es otro de los cambios profundos de la sociedad de nuestros días, acentuado si se quiere por la crisis y por los acontecimientos que protagonizan personajes públicos.

¿Cuál es el siguiente? Porque la segunda parte de la teoría, esa pérdida del prestigio de la democracia, sí que es inquietante. Y, sin ser catastrofistas, esos vientos de la historia que han recobrado cierta dirección exigen una respuesta a la altura de los tiempos y las circunstancias.



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