sábado, 10 de marzo de 2012

PALMERAS QUE SE MUEREN

Alertan en una red social -uno de los escasos aspectos positivos que caracterizan el quehacer de los portuenses en los últimos meses, con proliferación de sitios y activa participación: al menos no estamos indolentes del todo- de la muerte de unas cuantas palmeras en la ladera de Martiánez, un precioso paraje natural, metido en plena geografía urbana, un lujo sin duda para los naturalistas. Y mucho más apreciable todavía si estuviera cuidado.

Hay algunas postales y fotografías antiguas que plasman un verdor resplandeciente, dando color a una singular formación rocosa que se extiende desde la calzada de El Tope hasta el límite del término municipal por el este. Las gráficas favorecen la licencia para la nostalgia. Pero también para lamentarse de haber ido perdiendo un recurso natural extraordinario del que andaba enamorado el sabio Telesforo Bravo que nos ilustraba siempre con sus conocimientos del lugar y nos advirtió, en su día, que la geomorfología se veía constantemente amenazada, por el peso que soportaba y las fisuras internas, tal fue así que nos indicó personalmente que los anclajes de un teleférico adosados a la parte superior del acantilado difícilmente resistirían el desgaste de la presión y el uso mecánico. Desaconsejaba, en ese sentido, la instalación, independientemente de otros impactos.

Ha habido intentos de recuperar la zona, de rehabilitarla. Se han sucedido a lo largo de los últimos años. De hecho, en los mandatos 1995-99 y 1999-2003 se llevaron a cabo desde el Ayuntamiento algunas actuaciones que resultaron insuficientes por falta de mantenimiento y de continuidad. La figura de la escuela-taller tenía sus atractivos pero la magnitud de lo que se pretendía exigía otras herramientas y planteamientos multidisciplinares que tuvieran que ver con la bilogía, la botánica, la geología y la etnografía. Hasta las formulaciones teóricas estaban bien hechas. Muchos valores, sí, guardan los pliegues de las paredes basálticas y los senderos frondosos. La ladera palideció, se fue quedando sin vegetación, cobrando una realidad agreste e inhóspita. Las sequías han contribuido a su presente depauperado y casi desértico. Es otro doliente reflejo de la decadencia del municipio.

El caso es que las palmeras, según puede verse en fotografías, se mueren. Es, además, una lenta agonía. Como si fueran transmitiendo unas a otras sus penurias y su incapacidad para sobrevivir.

Pero somos los humanos los que hacemos poco, o nada, por frenar ese proceso mortecino. Faltan voluntad y sensibilidad. Como con tantas otras cosas, no nos identificamos con este bien natural, no hacemos nuestra causa que merecería mejores afanes, otra dedicación, más recursos y otra respuesta.

Quizá esa alerta desde una red social sirva para algo. Pero no esperen sus promotores una reacción extraordinaria de las instituciones públicas. Y ojalá nos equivoquemos. Pero, al menos, que insistan y que hagan llegar por ejemplo su desesperada apelación al Consorcio de Rehabilitación Turística, por si puede incluir en su plan de acciones una que favorezca la rehabilitación de este espacio natural.

Ganaría la ciudad. Una ciudad que, durante años, antes de la Agenda Local 21, de la Declaración de Aalborg y de otras iniciativas medioambientalistas, a las que se adhirió, ya lucía un Festival Internacional de Cine Ecológico y de la Naturaleza.

Qué paradoja.

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