miércoles, 28 de marzo de 2012

NO SABEN GANAR

Es difícil creerse las cosas que han dicho y escrito algunos con respecto al resultado de las elecciones andaluzas. Qué falta de respeto, qué atropello a la razón, con permiso de Santos Discépolo. Cambalache puro: han dicho y escrito barbaridades sobre los andaluces, alejadas de la mínima objetividad, sustanciadas en una rabia incontenida por no haberse producido el vuelco y la mayoría que tanto predicaron. Algún adalid infló tanto el globo que habló hasta de caballo volador: con razón alguien le ha replicado que se quedó en un ‘pony’.

En su obecacción, y con el rosario de vituperios a ver quién dice la descalificación más gruesa, revelan su auténtica identidad. No pasa nada porque se decanten. Lo vienen haciendo de forma descarada y se acepta. Lo mejor de todo es tomárselo con humor, reírse de sus sesgos y de sus tendenciosidades, entrezmecladas información y opinión con toda impudicia.

Y en el desespero, claro, nada mejor que atribuir las culpas al propio electorado, a los ciudadanos que no les han complacido, al pueblo que ha votado libremente. O sea, a quienes ellos han machacado, durante días, semanas y meses, hablando de todos los infiernos, de todos los demonios, de todos los males que anidan en el socialismo o en la izquierda en general. Y claro, como no ha salido lo que ellos querían, el cambiazo, la nueva mayoría, el adelante a ritmo de vencedores, la culminación de la conquista, entonces emplean todos los denuestos que están a su alcance: los epítetos dejan paso a la más variada ristra de insultos a un pueblo que uno ha escuchado y leído tras unas elecciones democráticas.

La reacción revela que unos cuantos, en la derecha, no saben ganar. Es tan fácil como inapropiado refugiarse en descalificaciones genéricas a una parte del electorado para revelar el descontento, la rabia y la frustración. Por supuesto, no aplican el mismo acíbar cuando en otros sitios -¿por qué los llamarán feudos?- se da la situación inversa, allí donde hay una ola de presuntas corrupciones. Al revés, se utilizan las mayorías y los porcentajes para exculpar y para ponderar la inteligencia del pueblo que no ha hecho caso de todo eso que se dice y ha votado en consecuencia.

En el fondo, invitan a que se dude de su talante democrático. No es exagerado, no. Pero, qué pensar si no, de quienes arremeten sin piedad contra quienes han optado por una vía distinta a la que han preconizado sin pudor y sin reservas.

¿Serán capaces de una mínima autocrítica? Más dudas. No están acostumbrados, les pueden otras exigencias. ¿Se darán cuenta del ridículo, de los ridículos? Mucho hay que temer lo contrario, acostumbrados, como están, al sostenella y no enmendalla.

Pero quien tiene que darse cuenta de todo esto es el Partido Popular. Que no crean sus dirigentes y estrategas que les hacen un favor a sus postulados e intereses las reacciones furibundas y descompuestas de quienes no saben ganar y descargan sus iras en el pueblo que ellos quieren manejar a su conveniencia y no se deja. Lo ocurrido en Andalucía es la mejor prueba: lejos de analizar -aún en el contexto de la pesadumbre- las causas o las razones de un resultado -en este caso, de una victoria insuficiente y amarga-, vuelcan sobre los andaluces todas la descalificaciones que encuentran a mano. Un partido político que ha recibido un mandato popular tan sustantivo en todo el territorio nacional es libre de tener los aliados mediáticos que quiera. Pero que no se muestre encantado con ello ni se autocomplazca porque ya ven lo que produce.

Así, no se extrañen ahora de que haya perspectivas tan sencillas como que ha ganado la izquierda. O que devuelvan, entre flores, fandanguillos y alegría de la dulce derrota, el gracejo y la fina ironía de quienes demuestran tener la suficiente inteligencia como para obrar libremente y con independencia.

Sobre todo, para demostrar que unos cuantos, por la derecha, no saben ganar.

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