martes, 7 de febrero de 2012

LEALTAD INSTITUCIONAL

A estas alturas debería estar claro eso de la lealtad institucional, es decir, cuando se está en signos políticos distintos, es natural que se discrepe o se tenga criterios diferentes, que se negocie, que se busque la mejor solución; pero que todo eso se haga con nobleza, con transparencia y con limpieza. Al menos, hasta donde se pueda, poniendo todos los recursos disponibles a favor del interés general.

Sin embargo, no está tan claro, a tenor de los desencuentros que se van sucediendo entre instituciones gubernamentales, el último entre la canaria y la nacional a cuenta de una reunión desconvocada a última hora, según dicen, por orden expresa del ministerio o del ministro de Industria, Energía y Turismo, que viene a ser lo mismo.

Lealtad institucional es, o debe ser, entendimiento recíproco, coordinación, identificación de objetivos, capacidad de resolución de problemas comunes, emprendimiento beneficioso para ambas partes. Y esa figura hay que practicarla, hay que demostrarla con hechos, no con meras declaraciones de principios que luego, llegado el caso, no se cumplen ni por aproximación.

Estamos hablando, además, de un hecho de indiscutible importancia como es el turismo. Tantos años clamando algunos empresarios por un ministerio para el sector y ahora, nada más creado, sólo crea disgustos y es germen de distanciamientos. Para ese viaje, no hacía falta las alforjas de visibles discordias. Y mucho menos, por un quítame allá esa reunión sobre promoción o lo que sea.

Pero la lealtad institucional, que tanto se predica en programas y discursos, en la efímera teoría de los titulares de prensa, hay que hacerla efectiva y traducirla en la práctica, con acciones que la sustenten, con decisiones que revelen la cristalización de objetivos comunes y que, en el fondo, transmitan a los agentes sociales y a la ciudadanía en general la confianza de que es posible hacer cosas juntos y, además, hacerlas bien.

No están los tiempos para perderse en fruslerías, en obstáculos, en eso que coloquialmente se denomina 'putadaditas', zancadillas, chinas, palos en la rueda, desgastes; en fin, para dilatar, poner nerviosa a la otra parte o hacerse valer a base de esas prácticas.

El turismo bien merece una consideración ajena a caprichos y batallas particulares.

Y no parece difícil cultivarla.

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