miércoles, 1 de febrero de 2012

EL MAGISTERIO DE DON JESÚS

Don Jesús nos marcó a todos. Al menos, a todos los que nos dio clase y supimos de su rectitud. Era tan rígido como enérgico, mas también comprensivo y tolerante. Observador, analista, estudioso, creyente… Pocas cosas se le escapaban a quien no le hacía falta presumir de memoria pues él era la memoria misma: de su infancia, de su familia, de su juventud, de las carencias, de los desplazamientos a pie por caminos intransitables para ir al colegio, de las horas de estudio entre las velas. Memoria, igualmente, de hechos y episodios de la vida portuense.

Don Jesús (personalmente le llamamos siempre así, hasta el último adiós, hace nada), fue uno de los grandes docentes del Puerto de la Cruz. Varias generaciones de portuenses se formaron en su singular metodología -esto es, rigor, pragmatismo y constancia- acompañada, durante unos cuantos años, de ‘doña Tula’, aquella regla de madera con la que tomaba las lecciones o hacía correcciones en la pizarra, dejando huellas en las pantorrillas, especialmente en las chicas que terminaban prefiriendo los pantalones para no lucir aquellos sellos.

En el colegio de segunda enseñanza Gran Poder de Dios, en el de la Pureza de María (tanto en el Puerto como en Los Realejos), pero, sobre todo, en el viejo inmueble de la calle Santo Domingo, de zaguán permanentemente gélido, incluso en verano, y de amplios ventanales, con el ‘tacataca’ incesante de las máquinas de la imprenta de las que salieron tantos programas, tantos folletos y tantas entradas, tantos libros reciclados, don Jesús, Jesús Hernández Martín, ‘el Villero’, pero sobre todo ‘el Maestro’, enseñaba con su peculiar estilo a chicos y grandes. Las más diversas materias: ciencias, matemáticas, lengua, latín, historia, física y química… Cursos completos y clases de refuerzo o recuperación. En aquellas ‘aulas’ de la vetusta casa, congeniábamos todos sin importar las diferencias de edad, se compatibilizaban las enseñanzas y se escuchaban las respuestas memorizadas de carretilla y también los lamentos cuando se fallaba “porque están pensando en las musarañas”.

Pero don Jesús fue algo más que un enseñante de los de antes. Fue un deportista al que era común verle bañándose y nadando en San Telmo y Martiánez, donde con un grupo de habituales, jugaba también al fútbol sobre la arena. Antes lo hizo en el césped de los Fernández, en el barranco, en El Penitente, en El Tope o en El Peñón, en aquellos partidos anuales entre el alumnado conmemorativos de la festividad de Santo Tomás de Aquino. Un deportista, pues, que gustaba de usar calzón corto para ir de un sitio a otro hasta bien cumplidos sus ochenta. Después lució su chandal.

Fue también un entusiasta de la actividad cultural. Fue mentor de los primeros festivales lírico-musicales que se hicieron en la ciudad. Y hasta el desaparecido teatro Topham llevó la dirección de representaciones teatrales: ‘La estrella de Oriente’, ‘Casilda, reina mora’, ‘El amor en bicicleta’,’La fórmula 3K3’… En Santo Domingo también dirigía los ensayos y cooperaba en la confección de los decorados, tareas que trasladó luego al parque San Francisco, donde era frecuente verle asesorando a sus encargados.

(Una anécdota personal: nuestra primera presentación, de un festival escolar, a los once años, tuvo lugar en el antiguo colegio de los padres agustinos. Apenas cinco minutos antes de empezar, fue comunicado el fallecimiento de una componente del patronato del centro. Ante la sugerencia de suspender el acto, don Jesús mantuvo la posición contraria y nos espetó:
-Matías Prats, sal ahí y dices que, todos en pie, se va a guardar un minuto de silencio en memoria de doña Victoria Savatry, protectora de este colegio.
-Lo siento, Maestro, yo no digo eso.
Viéndonos tan negado, fue él mismo quien asomó la cabeza entre el cortinaje, acercó el micrófono y pronunció las palabras que habíamos sido incapaces siquiera de leer. En el resto del espectáculo todo discurrió normalmente y hasta nos felicitaban porque hablábamos sin papeles).

Asistimos a un par de actos de homenaje que se le tributaron, uno tras su jubilación en un hotel de la localidad, donde fluyó incesante, entre colegas y ex alumnos, el vínculo de la nostalgia; y otro, en su barrio natal, en La Florida, en torno al núcleo familiar. Se enorgullecía al señalar que el inolvidable Paco Afonso, el primer alcalde portuense de la democracia, también fue su discípulo.

Durante una época fue también delegado de la Federación Tinerfeña de Fútbol. Hizo un pregón de las Fiestas de Julio y redactaba los textos (a veces hasta los leía) de la ceremonia de adoración que culminaba las cabalgatas de Reyes Magos.

Con más de noventa años sobre sus espaldas y con esa prolija experiencia, ha dicho adiós silenciosamente.

Siempre nos quedará su magisterio.

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