jueves, 20 de octubre de 2011

MONZÓN, RUMBERO

Manolo Monzón convocó al dios de la lluvia para su despedida a ritmo de batucada. El fundador de Los Rumberos, el padre de las comparsas, le llamaban. Un siempre joven Monzón en cada cita carnavalera ya formaba parte de la historia de la gran fiesta. Ahora será recordado eternamente como uno de los grandes baluartes: el hombre que hacía vibrar en las calles, que transmitía, en cada desfile, en cada actuación, los valores indispensables del Carnaval. Javier Zerolo ha escrito una glosa formidable, a la espera de encontrarse en La Habana, donde, mamá, él quería ir para bailar al son de allí.


Monzón fue también decisivo en el esplendor del Caraval portuense, a donde llegó de la mano del sin par Pepín Castilla que, junto a concejales y otros colaboradores, visitaba con frecuencia el local de ensayo. Allí le pedía "algo especial" para el Puerto, un paso, una estrofa, un saludo... La entrada de Los Rumberos en el parque San Francisco fue siempre apoteósica: les presentamos en varias ocasiones, con Monzón al frente. Sobra decir que su aparición en los cosos de Martiánez era la más aplaudida. La de fotos que debe haber de él en esa Europa exportadora de turistas.


En el Puerto de la Cruz, por supuesto, Monzón y Los Rumberos dejaron su sello porque luego intervenían en galas y fiestas organizadas por hoteles y operadores turísticos. El suyo fue un liderazgo natural: sus venas llevaban la sangre del tirmo para tumbar caña, la que hiciera falta. En cierta ocasión, en los camerinos del parque San Francisco, antes de salir a actuar, le espetó con su desparpajo habitual a un periodista peninsular, a propósito de la estrofa final de su ínterpretación más popular: "No se dice 'molimientos' sino movimientos, pero ahora que lo apunta, tampoco está mal esa palabra".


Ese era el Monzón carnavalero al que ayer despidieron en Santa Cruz de Tenerife, con dolor, naturalmente. Y también con emotividad. Hasta el cielo echó unas lágrimas.


Con sus 'molimientos'.



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