viernes, 23 de septiembre de 2011

EL INCONFORME

Un volumen dedicado a Domingo Domíguez Luis será presentado mañana sábado, al mediodía, en la sala Teobaldo Power, de La Orotava, su localidad natal, a la que dedicó empeños personales, profesionales y políticos. Algunos de sus amigos hemos escrito lo que nos dictaban, principalmente, los sentimientos de la memoria. Ese es el contenido del libro titulado Desde aquel árbol que se mueve, una gráfica manera de expresar la personalidad de un hombre inquieto, de un progresista que supo entender la lucha de clases y propugnó siempre los valores democráticos en un municipio donde costaba hacerlo.
Le recordamos como alguien inconforme, consigo mismo. Desde las canastas que anotaba a los libros que recomendaba, Domingo tuvo un espíritu, si nos apuran, rebelde. Las ramas y las hojas de su vida se agitan de nuevo con páginas impresas que nos descubren su comportamiento, sus vivencias y su compromiso.
A modo de anticipo, aquí está el capítulo que le hemos dedicado con un adjetivo: El inconforme. Dice así:

El primer día de clase de aquel curso Preuniversitario -el Preu, como coloquialmente se le identificaba- en el colegio San Agustín de Los Realejos fue una coincidencia alegre. Domingo y yo ya nos conocíamos: él, con su baloncesto; uno, con los resultados y las crónicas deportivas. Debió ser en los últimos días de septiembre de 1969.


En su momento habíamos escogido la modalidad de letras, de modo que nos veíamos traduciendo a Homero y a Virgilio, en una estancia de aquel inolvidable centro, justo en un lateral de la entrada principal. El aula del curso, para las asignaturas comunes, también en la primera planta, era un poco más amplia.


Allí estábamos con otros compañeros venidos de La Orotava, del Puerto y de otras localidades que nos unimos a quienes, siendo residentes en Los Realejos, habían cursado todo el bachillerato prácticamente en el mismo colegio.


Nos sentamos juntos Domingo y yo. Recuerdo que durante los primeros días tanteábamos los antecedentes y las trayectorias de quienes iban a compartir el quehacer estudiantil en un momento crucial de nuestra existencia. Desconocíamos a casi todos los profesores, de ahí que insistiéramos con los compañeros realejeros. Rafael Yanes Pérez era el director pero no nos daba clase: la impartía a los de ciencias.


Con nosotros estuvo desde el primer día Orencia Afonso, que enseñaba latín y griego. Hizo todo lo posible para que tradujéramos La Ilíada, La Odisea y La Eneida hasta la memorización de algunos fragmentos. Domingo tenía más dificultades con el griego, bien es verdad que las clases distaban de las que respectivamente habíamos recibido en los cursos del bachillerato superior. Doña Orencia -así la llamábamos- insistía mucho en las metáforas empleadas por los clásicos y revisaba la medición de los versos. Con ella supimos quién era Aquiles, el de los pies ligeros y el porqué de la victoria pírrica. Domínguez pudo con los giros. La excelente profesora enfermó mediado el curso y fue sustituida durante unas semanas por Jerónimo León, licenciado o a punto de serlo en Filología Hispánica.


Domingo leía mucho. Por eso tenía notable soltura en el análisis de los textos literarios que encargaba la profesora María del Carmen Pérez, muy exigente, por cierto. Trabajamos en aquel curso sobre cuatro o cinco libros de distintas épocas. Recuerdo su interés en los versos de Gabriel Celaya. Pero dónde se movía más a gusto era en filosofía, con Conchita, la hermana de María del Carmen enseñando con un estilo que invitaba a seguir atentamente las clases, en las que los alumnos solíamos intercambiar puntos de vista que ella aclaraba y moderaba.


Desde La Orotava venía Félix Calzadilla a impartir inglés. Qué modélica pronunciación la suya. Su método: traducir el número mensual del Reader Digest que conseguíamos en las librerías internacionales del Puerto. Nos machacaba con las tiempos de los verbos irregulares que había que memorizar y “no equivocarse con las terminaciones -ted y -ded”. Domingo le conocía bien y sabía llevarlo.


Al margen de los libros y de las aulas, las inquietudes de Domingo eran las propias de los jóvenes estudiantes de la época. Pronto descubrió la inclinación política que luego contrastamos en los primeros años en La Laguna, distribuyendo octavillas, colgando pancartas en los pasillos y participando en aquellas algaradas en el conflicto de las guaguas. Se matriculó en Filosofía y luego siguió en Derecho.


En aquel período realejero, hablábamos mucho de música, de deportes y de comunicación. El sabía de mi vocación por el periodismo. Admirábamos conjuntamente a The Beatles y hacíamos verdaderos esfuerzos por hacernos con las letras de las canciones de Lennon y McCartney. Pero los cantautores ya nos decían cosas y nos transmitían los primeros mensajes de libertad cuya plenitud no llegaría hasta bien avanzada la década siguiente. Estábamos atentos a los programas radiofónicos con las novedades musicales y a publicaciones como “Mundo Joven”.


El baloncesto, por otro lado, era su gran pasión. Fue jugador, de los sobresalientes, junto a Fernando Estévez, compañero también de aquel curso, modalidad de ciencias. Recuerdo que durante nuestro ciclo en el San Agustín fue inaugurado un polideportivo. No estoy seguro de que haya intervenido en el partido inaugural. Sí conservo en la memoria, desde luego, varias apariciones en la cancha de la plaza Franchy Alfaro y en la del primer polideportivo en el colegio de los Salesianos. Siempre serio, siempre motivado, siempre disgustado cuando las cosas no le salían bien. Jugaba de alero, era buen tirador, técnicamente dotado, basculaba con facilidad y defendía con garra, a veces, hasta con vehemencia.


Había mucho de inconformista en la personalidad de Domingo Domínguez. Parecía poco satisfecho, incluso en los momentos más alegres. El tiempo quiso que, al cabo de los años, volviéramos a coincidir, esta vez en la política, alineados en el mismo partido en el que contrastamos ideas y planteamientos, especialmente los referidos a políticas comarcales. En cierta ocasión, le dije que se desengañara, que habría de pasar mucho tiempo y habrían de operarse muchos cambios para cohesionar y mancomunar servicios y prestaciones en el valle. En 1995 y 1999, fuimos candidatos a las alcaldías de La Orotava y Puerto de la Cruz. Le acompañé en algún mitin. Había puesto mucha ilusión en encabezar un cambio político en la Villa pero los ciudadanos no quisieron. Por eso, cuando obtuvo un resultado tan decepcionante en la convocatoria electoral del 99, optó por retirarse de la política. Nos dimos un abrazo después de aquella decisión personal tan delicada. Prefirió los libros, la cultura, el arte y la comunicación algo más alejado de la esfera pública.


Sus amigos y compañeros le recordamos gratamente. Este libro es la prueba de que su personalidad y su paso por este mundo no resultaron indiferentes. A veces, incomprendido; pero siempre comprometido. Un inconforme.

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