lunes, 11 de abril de 2011

SIN PARTITURA

Cuando se supo lo de Portugal -es curioso que las exigencias del rescate sean superiores a las del plan de ajuste que, rechazado en el Parlamento, forzó la caída del gobierno luso en otra prueba de que, para la derecha, cuanto peor, mejor-, se reeditaron en España los ecos del apocalipsis, una suerte de paradójico anhelo en igualar y padecer las penurias de terceros que certificaría la incompetencia y el desastre de gestión como nunca antes habían sido exaltados en este país. Pero ese paroxismo tendrá que esperar. O al menos así lo han transmitido el Banco Central Europeo, los todavía poderosos financieros americanos, la poco sospechosa Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), representantes de la Comisión Europea y ejecutivos de otros organismos internacionales que coincidían en que la crisis portuguesa no contagiará a España, lo cual no significa que el Gobierno se relaje y deje de cumplir los ajustes que ha marcado para evitar un colapso económico y del propio sistema financiero. Porque si se advierten las primeras señales de crecimiento, es evidente que hay que perseverar como factor indispensable para generar empleo y para confirmar la previsión de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) cifrada en un 1,3% para el presente año. Algunos expertos han señalado que, además de mantenerse inalterable el objetivo de reducción del déficit, este crecimiento económico será más sano y derivará de una mayor aportación del sector exterior, o sea, las exportaciones, que impulsarán la inversión productiva privada y será progresivamente complementada por la demanda nacional. El caso es que los primeros datos de la recuperación de la economía española -sólo falta la generación de empleo para corroborarla y hacerla llanamente creíble más allá de los registros estadísticos- están siendo muy apreciados en el extranjero. También es curioso que mientras en España, cercanía electoral aparte, adversarios políticos y mediáticos del Gobierno sigan haciendo sonar los clarines del catastrofismo, las valoraciones procedentes del exterior sean de signo contrario. Un editorial de Financial Times, por ejemplo, habla de éxitos duramente conseguidos y destaca las “valientes reformas estructurales y de otro tipo destinadas a recortar el déficit público”. La revista Time tampoco escatima elogios y tras preguntarse si Zapatero puede hacer de héroe, responde que está haciendo progresos en la solución de los problemas “y todavía más, en estabilizar al menos el sentimiento de los inversores hacia su país”. El pasado mes de marzo, mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI) concluyó “medidas rotundas” en el ámbito fiscal y en el mercado laboral para estabilizar las previsiones financieras y mejorar la productividad económica, el informe de la OCDE sobre el futuro de las pensiones remarcaba la significativa mejora de la sostenibilidad financiera del sistema a largo plazo. El todo es que, después de haber tocado fondo, estos indicadores y estos testimonios revelan una recuperación, o lo que es igual, España avanza en la dirección correcta pero debe continuar esforzándose para acreditar la solvencia de unas reformas y de unas medidas así como la solidez de algunos de sus pilares económico-financieros que empiezan a ser apreciados por analistas e inversores. Positivo, si es beneficio colectivo. Al menos, las trompetas apocalípticas, agotadas y sin partitura, siguen desafinando.

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