sábado, 16 de abril de 2011

PRECURSORES DEL FÚTBOL-SALA

Un amigo de los que habitan en las redes sociales –porque, dado su auge, habrá que decir eso: que ya son un espacio ineludible de convivencia- nos pide que rememoremos aquel rincón donde tantos portuenses, de todas las edades y condiciones, jugamos al fútbol en precarias condiciones: el Penitente. Ya glosamos en el blog sus singulares características, incluso las multiusos. Pero es la de cancha balompédica la que interesan. En un municipio donde no había instalaciones deportivas, aquel lugar se convirtió en un recurso de primera utilidad para practicar y competir. El fútbol-sala estaba aún bastante lejos de ser conceptuado como tal, de modo que quienes allí evolucionaron pueden ser considerados como precursores de una modalidad de la que España ha llegado a ser campeona del mundo. Rescatemos pues un fragmento de lo escrito entonces: “…Una de las plataformas [en referencia a las encintadas con roca basáltica concebidas en su día para albergar carga o mercancía] tenía trazos poligonales. Allí se jugaron formidables partidos de fútbol. El municipio no tenía instalaciones deportivas y había que jugar donde fuera. El Penitente era el lugar preferido de grandes y chicos. Se jugaba con pelotas de trapo o de papel, sucedáneo de balones o pelotas que llegaron años después. Las hacían los propios contendientes, con un arte y un esmero dignos de encomio. La demanda de la cancha llegó a ser tal que hubo que hacer sorteos y turnos. Los más chicos jugábamos en horas y fechas que no importunasen a los mayores. En un largo banco, junto a la trasera del empaquetado, quedaban libros, enseres o ropa de baño. Porque los más atrevidos se lanzaban desde el borde del antiguo desembarcadero para seguir nadando hasta San Telmo. En aquella plataforma poligonal acreditaban su clase balompédica don Jesús “El maestro”, Pepe Torrents, Antonio Galindo, Celestino Padrón, Salvador González, Gilberto Hernández, Boro Acosta, Alvaro Figueroa, Julio Rodríguez, Tomás Real y tantos otros que regateaban de manera inverosímil en una superficie reducidísima. Algunos jugaban hasta descalzos. Eran los antecedentes del fútbol-sala, practicados al aire libre, junto al Atlántico. La pelota caía al mar des vez en cuando, consecuencia de algún despeje ‘in extremis’: suerte dispar, en ocasiones se perdía definitivamente y en otras, el valiente de turno se lanzaba y la recuperaba para seguir jugando. Había temporadas en blanco para esa cancha, quiere decirse que no se podía jugar porque el espacio era ocupado para otras finalidades. Allí quedaba instalada una carpa del denominado Teatro Popular Español, en donde llegó a actuar, si la memoria no es infiel, la mismísima Mary Carrillo, a quien Dios guarde. Los bachilleres íbamos a los ensayos, por las tardes, y nos colábamos por una rendija de las paredes de lona…”. Por supuesto que a los nombres citados se podrían añadir otros muchos. Es más: era frecuente ver a grandes y chicos, jóvenes y mayores, con equipos más o menos equilibrados. Y las anécdotas. Como aquella ocasión en la que una pelota recién estrenada cayó al mar y se lanzó ‘Chiquín’ Torrents a buscarla. No se sabe por qué pero empezó a nadar a tal velocidad hacia San Telmo que no se detuvo y dejó la pelota atrás. Y otra: a Francisco Pérez Yanes le regalaron desde Venezuela una pequeña cinta magnetofónica –aún no se conocía el casette- y con ella grabamos la transmisión de uno de los juegos que después escuchamos con fruición en la plaza de la Iglesia. Y otra: un balón que iba rumbo al mar mientras Alberto corría para impedirlo. En su afán, casi tira al pescador que faenaba en el borde y hubo de agarrarle. Y otra: un partido de escolares del Gran Poder de Dios a doce goles que no terminó porque se hizo de noche y el marcador señalaba 7-6. En el Penitente, en fin, estarían los antecedentes del fútbol-sala. Seguro que fue el más popular de los espacios que en otros barrios portuenses –incluso, calles casi completas- eran empleados para jugar y para hacer el poco deporte que se podía y se sabía hacer.

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