sábado, 2 de octubre de 2010

LA PRESIDENTA, REINA

El error cometido por una presentadora de la televisión australiana, Sarah Murdoch, en el curso de la final de un programa que equivaldría a “Operación Triunfo” para modelos, refrescó la memoria de un episodio sucedido en el parque San Francisco y que hoy vamos a desvelar.

Digamos primero que Murdoch, al dar a conocer el fallo del jurado, ya con las dos finalistas pendientes de sus palabras, da por ganadora y facilita el nombre de la que había quedado en segundo lugar. Cuando ésta era felicitada, entre sonrisas y aplausos, la cara de la presentadora va cambiando radicalmente de aspecto entre evidentes muestras de nerviosismo.

Hasta que la balbuceante y avergonzada Sara Murdoch empieza a pedir perdón por el tremendo equívoco que había significado anunciar la victoria de la segunda clasificada, Kelsey. Todo sucede en segundos. Amanda, la vencedora real, que había encajado muy bien la decisión anunciada, pasó a recibir las felicitaciones y los aplausos en medio de la lógica confusión y con la presentadora aún sin salir de su desconcierto.

Las consecuencias: la organización terminó compensando a Kelsey con un premio en metálico similar al de la ganadora y con un viaje a New Cork para seguir cursos de modelaje; y la televisión promotora se vio inundada de llamadas de protesta que la acusaban, sobre todo, de falta de seriedad.

El error, desde luego, fue bastante más grave que aquel otro detectado sobre la marcha al final de una gala de elección de la reina del Carnaval portuense, celebrada hace más de veinte años, como quedó dicho, en el parque San Francisco.

Nos correspondía oficiar de presentador. Después del desfile, el jurado se había retirado a deliberar. Era costumbre que el secretario del mismo, antes de la ceremonia de proclamación, nos entregara el acta en sobre cerrado que abríamos en el escenario y nos confiara verbalmente, en absolutísima reserva, el nombre de la vencedora.

Con las candidatas en el escenario, leíamos el acta que, en su introducción, señalaba que el jurado había estado presidido por determinada persona. Tras reseñar la composición completa, se da paso a su veredicto y cuando se anuncia que la reina es… ¡oh, sorpresa!, resulta que el secretario había incluido, de puño y letra, el nombre de la presidenta del jurado. La presidenta, reina. ¡Jo!, qué numerito.

Nos percatamos del yerro de inmediato y tras decir “¡Esto no te lo perdono, secretario!”, anunciamos al auditorio el nombre de la nueva reina que, en exclusiva, nos había sido confiado momentos antes de salir al escenario. Menos mal. Por fortuna, las preferencias del público coincidían con las del jurado y no hubo problema. Es más, muchos espectadores ni se percataron, entre los aplausos, las reacciones de las aspirantes y los estallidos musicales.

Buscamos con la mirada al secretario que andaba en primera fila y recíprocamente hicimos unos primeros gestos, ahora de imposible justificación. El hombre movía la cabeza que, traducido, significa trágame, tierra o cómo me pudo suceder esto a mí.

Desconocemos si se conserva el acta original. Pero el equívoco, feliz y rápidamente solventado, quedó sobre el escenario. El secretario siguió siéndolo unas cuantas ediciones más.

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