viernes, 22 de octubre de 2010

JUAN CANARIO

Juan Canario, el ciudadano de a pie, el común, cada vez entiende menos. Cada vez está más desconcertado, cada vez le asquea más la política. Con lo sucedido estos días, alberga la sensación de estar asistiendo a una cantinflada. Y quedan los últimos capítulos. Y el epílogo. ¡Qué historia! ¡Qué mágico surrealismo!
Dicen que si una ruptura apalabrada, cantada y madurada (al menos entre las cabezas visibles), si bien las contradicciones visibles de una de ellas, José Manuel Soria, en la mañana del martes, quizá intuyendo el malestar y la contrariedad de algunos populares que pensaban en las repercusiones inmediatas (pérdida de poder, en definitiva) ya no hacían tan convencida y tan firme tal ruptura.
Luego, las formas, con un pleno del Parlamento y un funeral en memoria del ex presidente Martín, de por medio. Y una aprobación de presupuestos en la agenda inmediata. Fotos, sonrisas, saludos, cortesía, sin declaraciones altisonantes. Y Soria anunciando, para que quede claro: "Lo de ahora no impide una nueva alianza el año que viene". Faltaría más: la fractura cortés no quita un nuevo entendimiento, que ya sabemos lo que nos jugamos ambos los dos a dúo.
Y ahí, el desconcertado y hastiado Juan Canario sigue sin comprender nada, mientras se refugia en los programas de televisión y radio que nada tengan que ver con política, a ver si se alivia la mente. Es decir: se rompe el pacto, unilateralmente, por parte del PP. El presidente Rivero, pillado (un suponer) con el paso cambiado sobre la evanescencia de las aguas archipielágicas y el Estatuto revisable, sin tocar, eso sí, la reforma electoral. Se rompe, vale, pero ni dimiten los promotores ni son destituidos por quien corresponde. El carrusel de reuniones y de declaraciones gira desenfrenadamente, los análisis apenas resisten unos minutos, jamás las tertulias alcanzaron tamaños niveles de conjeturas, todo va muy deprisa porque casi todo va contra la lógica. Que si la convocatoria el jueves, que si el viernes, que si irresponsabilidad, que si presupuestos, que si dimisiones tras el consejo de gobierno, tras las cuentas, claro, que si setenta y dos horas, que si decisiones difíciles de entender...
Y tan difícil. Juan Canario frunce el ceño. Coge el mando y se encuentra que unos quieren ser como Pepe y otras pujan por ser la princesa del pueblo canario. Se deprime un poquito más. Cuando alguien trata de explicarle la complejidad de un cambio en la Administración, pide abiertamente que dejen en paz. No entiende nada de nada. Sólo sabe que forma parte de un paisaje surrealista donde el horizonte de la política es un trazo irregular e ininteligible.
Animo, Juan. Llegará un día en que las islas no sean el más difícil todavía.

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