lunes, 9 de agosto de 2010

¡ESOS BARBARISMOS!

Como que ha subido por estas islas la fiebre de barbarismos, esa incorrección que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras, o en emplear vocablos impropios. Cuando el fenómeno se da en representantes o personajes de la vida pública, es natural que adquiera una mayor trascendencia. Un tropezón lingüístico cualquiera da en la vida pero cuando quien lo protagoniza tiene esa condición, queda tan en evidencia que será recordado para los restos por tal pata de banco.

No es un problema endémico de Canarias. La larga lista de ejemplos se ha ido engrosando con aportaciones de artistas, deportistas, empresarios, sindicalistas y profesionales de distinta condición. Recordemos el célebre ‘candelabro’ por candelero de Sofía Mazagatos o las llamativas ‘claúsulas’ por cápsulas que tomaba Terelu Campos para la tos. Isabel Pantoja no tenía idea de los tiempos verbales al propugnar aquellas prisas “Vamos, hale, hale, que es gerundio” ni el futbolista alemán Lukas Podolski había visto un tablero en el momento que afirmó que “El fútbol es como el ajedrez pero sin dados”.

Claro que, en llegando a política, la cosa sube de tono. Le sucedió en su día a Esperanza Aguirre, cuando siendo ministra de Educación y Cultura, le pidieron su opinión por el Nobel concedido a Saramago. “¿Sara-qué?”, respondió, visiblemente extrañada. Y más recientemente a Bibiana Aído, ministra de Igualdad, al tratar de alcanzar un cierto paroxismo situando en el mismo nivel, faltaría más, a “miembros y miembras”. Está claro que, ignorancias y ocurrencias al margen, se maltrata el idioma.

Concluye Alex Grijelmo, presidente ejecutivo de la Agencia Efe, en una entrevista concedida a Fundeu-BBVA, que todo se reduce a “un problema de formación”. Y no le falta razón, a la vista de las auténticas perlas: “El problema no es tanto el idioma -señala Grijelmo- como lo que se tiene en la cabeza. Sólo podemos pensar con palabras y si construimos mal una oración es que estamos pensando mal. Eso sucede en cualquier lengua”.

Perla fue desde luego aquella confusión de la consejera de Turismo del Gobierno de Canarias, Rita Martín, en el acto de inauguración de la restauración de la casa de los Sall, en Telde (Gran Canaria), al lanzar una pieza antológica sobre la sal aplicada a algunas tendencias y ofertas turísticas que dejó literalmente turulatos a quienes la escuchaban.

Y no menos reluciente la de una compañera suya, Cristina Tavío, vicepresidenta del Parlamento de Canarias, cuando agobiada por la dimensión que cobraba el asunto de unas facturas de gastos justificadas por el grupo municipal al que ella pertenecía, soltó en directo al desconcertado entrevistador radiofónico: “¿Insinúa usted que tenemos un Bill Gates en el partido?”. Quiso decir Watergate, en comparación con aquel infausto caso de espionaje político que doblegó al mismísimo presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon.

Lo dicho, perlas. Auténticos absurdos, genuinos barbarismos. Expresiones, por cierto, que cuando las intentan arreglar o justificar, es peor. Lo malo es cuando se repitan, el contagio del que hablaba Grijelmo: “Lo dijo …”, o “Lo escribió…”, como si el autor o la autora no se equivocaran, como si por su condición de cargo público, cualquier afirmación fuera válida.

Mejor leer y asegurarse, antes de meterse en berenjenales y producir un despropósito, aunque sea sin querer. Mejor tener presente, por ejemplo, a sir Winston Churchill: “A menudo me he tenido que comer mis propias palabras y he descubierto que era una dieta equilibrada”. Favor: cuiden el idioma, no lo maltraten más. Saldremos todos ganando.

(Publicada en Tangentes, número 28, agosto 2010)

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