jueves, 10 de junio de 2010

BARBARIDADES

“Hoy he dicho barbaridades”, se le escapó a Esperanza Aguirre días pasados en el Congreso, condensando de forma tan ilustrativa sus críticas al presidente Rodríguez Zapatero. Otra vez el maldito micrófono abierto, otra vez los duendes de la técnica que juegan una mala pasada, otra vez una representante del Partido Popular.

Pero no pasa nada. El aserto ha pasado inadvertido. No es que escandalice: al pobre jefe del ejecutivo le vienen cayendo todas seguidas desde hace algún tiempo. La estrategia del PP, instalada en el puro y duro interés electoralista, se resume en “leña a ZP, que es de goma”. Igual sube un punto la ventaja en las encuestas que igual dentro de unos meses, si cambia la tendencia y se reduce la distancia, empezarán a ser cuestionadas. Ahora, aparte del tratamiento en primeras páginas, tienen todas las bendiciones.

La afirmación de la presidenta de la Comunidad de Madrid ha sido recibida con indiferencia. Deben estar acostumbrados en la Villa y Corte a sus acerbas críticas y a sus dichos altisonantes, por lo que “las barbaridades” apenas se han notado. Si a la secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, por ejemplo, se le hubiera escapado la misma manifestación, cómo se hubiera cotizado en columnas, titulares y tertulias, sobre todo después de aquel parangón planetario que tan poco gustó a quienes parece doler que el presidente español se vea con el de los Estados Unidos.

No es que escandalicen “las barbaridades” sino que llama la atención el reconocimiento de las mismas por sus propios autores. Cosas más gruesas y más graves dicen algunos dirigentes populares y de otros partidos, en lo que ya no un intercambio de mensajes sino un cruce de descalificaciones y reproches que ríanse ustedes de los programas televisivos donde la mesura, la prudencia y la racionalidad son cualidades proscritas. Y lo dicho: no hay que sobrecogerse ni llevarse las manos a la cabeza.

Que el término de marras sea objeto de vítores o ponderación en una reunión de compañeros de partido, en una charla de café o en el saludo de alguien que pasaba por allí, vale. Pero que quien manifieste públicamente sus denuestos y sus dardos dialécticos contra un presidente de gobierno, admita a renglón seguido que son “barbaridades”, es un ejercicio de sinceramiento que, paradójicamente, hace dudar de la credibilidad del mensaje o de esas apreciaciones críticas.

A la señora Aguirre podrían recordársele algunas de aquellas cosas que afirmaba en tiempos de ministra o senatoriales y entonces entenderíamos mejor los barbarismos, incluidos los de la desinformación o de la ignorancia. Aquellas cosas enriquecieron el anecdotario mediático porque, claro, hay que reír las gracias, es la mejor fórmula para restar importancia a las “boutades”, a los absurdos y a las simplonerías.

Alguien debería hacerlo, sencillamente para que la señora presidenta sea más prudente. Porque no es cuestión de formas -¿tanto cuesta callar hasta que los micrófonos se cierren del todo?- sino de fondo. Ahí donde habitan las barbaridades.

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