sábado, 11 de julio de 2009

PELUQUEROS, BARBEROS

Se ha jubilado Cristóbal Sánchez, a quien uno creía como el último de los barberos o peluqueros de la vieja escuela del Puerto de la Cruz, aquella que tanta admiración despertaba por la calidad con que se ejercía el oficio como por la capacidad para constituir sus centros de trabajo unas potentes unidades emisoras de información, rumores, conjeturas, lectura de periódicos y hasta sesudas tertulias que iban más allá de lo futbolero.
Pues no es Cristóbal el último, no. Aún queda Chano, pupilo de Pedro Toste y que en el hotel "Las Vegas" sigue ejerciendo con fruición. Cristóbal puso punto final a su trayectoria en plena crisis de la calle San Juan, sobre la que parece haber caído una maldición con tanto cierre de establecimiento. Antes había estado con Orlando Toste, en las cercanías de la Punta del viento, y en una peluquería de Santa Cruz. Al terminar su jornada de trabajo, solíamos coincidir y nos trasladábamos al Puerto en su vehículo.
Las peluquerías clásicas fueron sustituidas progresivamente por otras impregnadas de modernismo en la presentación, en los usos y, por supuesto, en las técnicas. La 'unisex' fue posiblemente la gran novedad: eso de ver a hombres y mujeres arreglándose el cabello en un mismo sitio, o mujeres cortándoselo a hombres, era una estampa impensable hace treinta o cuarenta años.
El caso es que la ciudad estuvo poblada de barberías. "Arreglarse", era un expresión con la que se entendía el objeto de la visita. Hasta donde la memoria alcanza, el costo del "arreglo" para los menores -a quienes no atendían, por cierto, los sábados- era de dos pesetas. Luego, cinco. Era común preguntar cuántos había por delante. Para calcular el tiempo o volver más tarde u otro día. Allí estaban aquellos sillones que parecían tronos con una palanca lateral para subir y bajar a medida de los espejos. A los niños se les sentaba sobre una tabla. También colgaba una varilla de cuero o similar para afilar o adecuar la navaja. De unos armarios sacaban los sobretodos y los paños.
En las barberías te enterabas de los resultados del domingo, de los fallecimientos, de algún suceso y de cualquier andanza. No es exageración decir que fueron fábricas de leyendas urbanas. En ellas esperabas por el periódico o seguías por radio el sorteo de loterías.
Así lo recuerda uno en la de Servando, en la plaza del Charco, y en la de Luis Lorenzo. Los padres de ambos, según cuentan, fueron excelentes peluqueros y supieron transmitir los valores de este oficio, en el que también sobresalieron los hermanos Minguillón: Mei, Jaime y Ginés. Por ellos desfilaron las cabezas de un montón de portuenses vinculados al mar y a la pesca. Era la barbería de "La Ranilla". Y a mucha honra.
Con Servando estuvieron Domingo y Lolo Cabo. Este, al independizarse, trabajó muchos años en un pequeño local de la calle Pérez Zamora. "Si quieres que algo se sepa en el Puerto, cuéntaselo al 'Peri' (sobrenombre de Cabo)", fue una frase común que reflejaba espléndidamente, casi con exactitud, esa capacidad emisora anteriormente referida.
Gilberto y Tomás Carrillo tenían su local en la Punta de la carretera. Miguel Rodríguez, de elevada estatura y amante de la música folklórica, trabajó en las proximidades del refugio pesquero. Orlando Toste, ya mencionado, impecable siempre en su atuendo, impartía escuela en la Punta del viento. Suárez nos quedaba un poco lejos, allá por Las Cabezas. Su hijo José Antonio sigue sus pasos.
Y entre todos, Ito Acosta, un singular peluquero de inconfundibles tics para subirse los pantalones desde la bata impoluta mientras canturreaba en voz baja.
Hubo más, seguro, de modo que perdón por las omisiones, en todo caso, involuntarias o ajenas a la memoria.
Un rasgo común entre quienes hemos citado: el trabajo bien hecho, el esmero. Convirtieron el oficio en un arte. Nuestro respeto y nuestro recuerdo.

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