jueves, 21 de mayo de 2009

LA MONTAÑA DE ESPUMA DE AGUSTIN ESPINOSA

El laudatorio rigor histórico con que han obrado los comisarios merece un reconocimiento. Era como recobrar las palabras de Domingo Pérez Minik (Agustín Espinosa, aquí y ahora, Domingo Pérez Minik, El Día, 30 de noviembre de 1980): “Todos estamos en deuda con él, como escritor, como amigo, como insular primero de las más serias apuestas”. Y la deuda empieza a saldarse con esta exposición “Agustín Espinosa, a los setenta años de su muerte (1939-2009)”, que vio la luz en el Instituto Canarias Cabrera Pinto, de La Laguna, y que ha proseguido en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), hasta que desde hace pocas fechas pueda ser visitada en la Casa Municipal de la Cultura de Los Realejos.
En efecto, el trabajo de Ana María García Pérez, Margarita Rodríguez Espinosa y Nicolás Rodríguez Munzenmaier, condensado con tanto entusiasmo por la primera durante su intervención en el acto de apertura, permite recuperar la figura del eximio escritor portuense, “el surrealista porque sí”, que también dijera Pérez Minik.
Ya hubo un intento que, igualmente, merece ser recordado. A principios de los años ochenta, siendo Francisco Afonso el alcalde portuense, se empeñó en rescatar y glosar la memoria de los personajes locales sobresalientes. Los historiadores del archivo municipal, entonces en fase embrionaria, hicieron con los recursos a su alcance una encomiable tarea que cristalizó en una breve pero ilustrativa edición. No aparece, por cierto, entre la documentación expuesta, de modo que los comisarios -una modesta sugerencia- tienen ahí otro testimonio que igual sirve para enriquecer el montaje de Los Realejos, donde falleció el autor, por cierto, cuando sólo contaba 41 años.
La exposición propicia el acercamiento a la vida y obra de Agustín Espinosa, fundador de las revistas “La rosa de los Vientos” y “Gaceta de Arte”. Su expediente académico, su examen de grado, su nombramiento como director de instituto, los resultados del expediente de depuración, su dolor, su angustia vital (reflejada en la postrera carta a su prima María Teresa García Barrenechea), sus manuscritos, las fotos y las rudimentarias ediciones de algunas de sus obras, con un llamativo y generoso diseño en la entrada al recinto, más la proyección de imágenes en blanco y negro en las que se le ve vivo junto a Alberti y otros grandes de la época, hacen que despierte la atracción hacia el escritor que, hacia el final de sus días, se sentía isla dentro de la isla pero que ocupa uno de los lugares prominentes en el proyecto universalista de los vanguardistas canarios. “Entre islas anda el juego”, titula Espinosa una de sus entregas. Qué vaticinio.Su hijo, presente el acto de apertura, con otros familiares, leyó unos fragmentos que pusieron de relieve el peculiar estilo del escritor y la admirable descripción de rincones o pasajes locales.
La excelente edición del catálogo completa esta exposición que es también una reivindicación del acercamiento de Espinosa a los niveles educativos más apropiados. Las instituciones, como apuntó García Pérez, tienen ahí mucho que decir. Por algo quedaron los versos del surrealista francés Benjamin Péret, “A Agustín Espinosa, que se levanta como una montaña de espuma/ sobre una plaza pública”.

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