lunes, 5 de enero de 2009

AROZARENA

Está sin edad y sin ganas para jubilarse pero uno de esos expedientes reguladores le brinda la oportunidad de engrosar las clases pasivas.
Y así, despacio, como llegó, la jubilación vino a buscarla temprano. Deja huella, la muy trabajadora. Claro, como que es una obsesionada de la organización, de las cosas bien hechas. Al final, del trabajo mismo. Y no es un afán de controlarlo todo, según pudiera interpretarse. No: es, sencillamente, sentido de la responsabilidad, el que acreditó siempre, en todos los lugares donde ejerció y donde asumió tareas de jefatura o de dirección.
En el periodismo, donde no es fácil hallar la seriedad que distinga el oficio, la profesionalidad se acredita con rigor y perseverancia. No es que sean demasiadas cualidades, es que son las indispensables para llegar y mantenerse, para afrontar los retos y los cambios de todo tipo, incluidos los políticos.
En verdad, las reunió. Quienes hemos trabajado a su lado, lo contrastamos. Y quienes han seguido su trayectoria saben que no es una exageración. Su tío Rafael, autor de Mararía, tiene razones para sentirse orgulloso.
María Luisa Arozarena, de quien escribimos, ha sabido ganarse, además, el respeto y el afecto no sólo de la clase periodística sino de los actores sociales. Esta consideración no es un halago oportunista: es la prueba constatada de un comportamiento cabal, consecuente con el compromiso adquirido en la dirección de la radio pública en Canarias en cuyo ámbito el término pluralismo sobresalió con pleno fundamento (Ha habido ruedas de prensa donde el único medio radiofónico presente era Radio Nacional de España).
En ninguno de los cometidos que le fueron asignados, María Luisa Arozarena ambicionó más que el cumplimiento del sagrado deber de informar, de salir puntualmente, de transmitir en los momentos precisos, de realizar los encargos de otras latitudes, de facilitar la tarea de los redactores y técnicos, de velar por la pureza de las comunicaciones… Ha sido, en suma, una periodista ‘todoterreno’ a la que importó poco el brillo personal: le ponía más la labor de equipo, el engranaje organizativo de una jornada electoral, la seguridad de la presencia en las convocatorias, la cobertura rigurosa de un acontecimiento o de un suceso. Estaba atenta a todo, eso es.
La emoción del día de su toma de posesión como directora de RNE en Canarias, allá por 1994, sustituyendo a otro grande de los micrófonos canarios, José Antonio Pardellas, estaba impregnada de responsabilidad. Conocía la casa a fondo y estaba lejos de saber que un día habría de participar activamente en un proceso de restructuración y regulación de plantilla. Lo hizo sin alharacas y sin estridencias. Otro ‘máster’ que añadir a su currículum. Después vinieron los cambios gubernamentales, esos de ida y vuelta que ella lidió con entereza y profesionalidad, las virtudes que le valieron para seguir al frente de la emisora y para recibir la oferta de alguna responsabilidad superior que desechó porque igual quería culminar su carrera profesional en el cargo que ahora deja.
María Luisa, muy buena conocedora de la sociedad santacrucera por cierto, ejerció, además, con generosidad. Porque sabía discrepar y afear alguna conducta. Ha sido la suya una auctoritas ejemplar. En los periódicos, en la agencia y en la radio. Los valores que atesoró, tanto humanos como profesionales, están a la vista.
Domingo Alvarez -nos correspondió el placer de que fuera la nuestra la primera llamada que recibió como director- toma el testigo, catorce años después. Lo hará bien. Es de la vieja escuela y sabe que los pasos de Arozarena son merecedores de ser seguidos.

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