miércoles, 10 de diciembre de 2008

LOYNAZ, SIEMPRE LOYNAZ

Conmemoran en el Puerto de la Cruz y en La Habana el 106 aniversario del nacimiento de Dulce María Loynaz, la escritora cubana que fue Premio Nacional de Literatura en 1987 y Premio Cervantes en 1992.
Loynaz quedó definitivamente vinculada a Tenerife y a la localidad norteña desde su estancia en los años cincuenta del pasado siglo. El Ayuntamiento portuense la nombró Hija Adoptiva del municipio en 1951. Siete años después publicó uno de sus libros más conocidos, Un verano en Tenerife.
La dulzura, la sutileza de la autora cubana ha sido ensalzada en numerosas ocasiones. A medida que se ha ido conociendo su obra, en actos y presentaciones -en alguna de las cuales ha sido posible hasta escuchar su voz grabada- ha aumentado el interés de muchísima gente. Tal es así que ya se habla hoy de seguidores o admiradores 'loynazianos'. Hay quien recuerda todavía su acompañamiento en alguna procesión religiosa por las calles del Puerto.
En el año 2002 se cumplían cien años de su nacimiento. Desde la alcaldía, tuvimos oportunidad de impulsar un programa de actos conmemorativo. Angeles Marrero, que era la concejala de Educación y Cultura, se lo tomó con mucho esmero para redondear unas celebraciones muy dignas que era, en definitiva, lo que se pretendía.
El momento parece bueno para relatar una sabrosa anécdota ocurrida con motivo del descubrimiento de un busto de Dulce María en los jardines La Atalaya del parque Taoro, acto en el que estuvieron presentes la pintora Carmen Mir y el cineasta Marcelo Fajardo. La obra es del escultor cubano Enrique Pardo y fue fundida aquí, en Tenerife.
Ocurría que Pardo sólo disponía de un grabado o de un gráfico en el que aparecía el rostro de la escritora sobre una base pétrea. En ella se inspiró para su trabajo. Cuando se trataba de emplazar el busto, había problemas con los anclajes, por lo que Angeles hubo de recurrir a un cantero que encontró una piedra natural tan similar, tan parecida a la del dibujo que Enrique Pardo, cuando vio la obra acabada, no pudo reprimir la emoción. Fijarse cómo sería que el escultor llegó a creer que habían recuperado la base original del grabado.
Hubo más actos con motivo de aquel centenario, todos impregnados de la sensibilidad que parecían haber heredado de Loynaz. Allí estaban Isidoro Sánchez, José Javier Hernández, Eduardo Zalba, Elsie Ribal... Lecturas de fragmentos de Un verano en Tenerife, la satisfacción por la nueva edición de la obra, testimonios, remembranzas... Allí estaban las manos finas de Othoniel Rodríguez sobre el piano de 'Abaco' y las pinturas de Carmen Mir expuestas en el castillo San Felipe.
Fue, en efecto, una digna conmemoración del centenario de la Dama de las Letras que, desde La Atalaya, contempla la inmensidad del Atlántico. Como con Lecuona, siempre estará en nuestro corazón. Para eso cuenta con el Grupo de Amigos del Puerto de la Cruz que hará llegar hasta La Habana, seguro, esta otra prueba de su identificación con la vida y obra de la escritora.
Loynaz, siempre Loynaz.

1 comentario:

Luis Vea dijo...

Hace unos años leí el libro de Dulce María. Quedé prendado de su contenido y, mentalmente, recorrí los lugares que ya conocía previamente. Me quedé con sus personajes, con CAbeza de Perro, el pirata. Con la dulzura de sus paisajes y palabras. Tuve la fortuna de poder adquirir el libro finalmente cuando fue reeditado en una cuidadísima edición de la Viceconsejería de Cultura.Antes, lo había podido leer en la biblioteca, en una biblioteca especial y en un ejemplar especial que el Presidente de la Comunidad regaló en 1992 al entonces President de la Generalitat. Ahora lo puedo releer y me siento incapaz de describir con tanta sensibilidad. Tanta, que sin ese relato y sin el relato de Unamuno, Canarias literariamente no sería lo mismo.

Un saludo.

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